Cruzada por las vocaciones 2019 : "Roguemos al cielo"

Fuente: Distrito de América del Sur

Las letanías de todos los santos

San Juan Eudes escribió lo siguiente a su futuro sucesor el 23 de julio de 1659: "Mi queridísimo hermano, no puedo enumerar todas las bendiciones que Dios le ha dado a esta misión. Hay doce confesores, pero sin afán de exagerar, creo que serían necesarios cincuenta. Hay gente que viene desde ocho o diez leguas de distancia, con los corazones tan conmovidos que sólo vemos las lágrimas, sólo escuchamos los gemidos de los pobres penitentes. Estamos abrumados. Los misioneros no dejan de toparse con personas que llevan esperando ocho días para poder confesarse, y que se lanzan a sus pies suplicantes por donde quiera que pasan, rogándoles que los confiesen. Recemos, mi querido Hermano, para que el Dueño de la mies envíe más obreros, pidámoslo continuamente desde el fondo de nuestro corazón.

Hoy tenemos las mismas súplicas, sólo que el desastre es mucho más grande. El indiferentismo es un viento abrasador que diseca todo lo que encuentra en su camino y aleja a las almas completamente de la única verdad que vale la pena: Nuestro Señor se hizo hombre para nuestra salvación. ¿Y qué debemos querer nosotros? ¡Que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo! Pero para hacer esto, se necesitan sacerdotes. Ellos tienen este poder divino para unir la tierra con el cielo y salvar a todas esas almas que se pierden. "Corresponde al sacerdote especialmente predicar a Cristo, amar a Cristo, comunicar a Cristo", predicaba Monseñor Marcel Lefebvre. "El naturalismo protestante que sufrimos hoy se niega a reconocer lo sobrenatural, no quiere que seamos verdaderos hijos de Dios, (o que lo seamos únicamente por participación y adopción de Nuestro Señor Jesucristo mismo, porque para ellos, Nuestro Señor Jesucristo no es realmente el Hijo de Dios...) eso es lo que dijo San Pedro, esto es lo que el sacerdote debe predicar. Pero también debe amarlo: si realmente creemos que Nuestro Señor Jesucristo es el Hijo de Dios, debemos manifestarle nuestro amor, no solo expresárselo con lindas palabras, sino también cumpliendo su santa voluntad. El sacerdote no es un hombre que busca su popularidad. Como dice San Pablo: "si quisiera agradar a los hombres, no agradaría a Dios". Pues bien, el sacerdote no puede complacer siempre a los hombres, porque debe afirmar la verdad, ese es el verdadero amor al prójimo... Finalmente, ser sacerdote es comunicar a Cristo a los demás. ¿Hay algo más real y verdadero para el sacerdote que comunicar a Nuestro Señor Jesucristo? ¿Qué es lo más hermoso que un sacerdote puede hacer? ¿Cuál es el sueño más hermoso que un sacerdote puede tener? Dar a nuestro Señor Jesucristo a las almas. No puede hacer nada más hermoso, más grande, más rico, más sobrenatural, más divino." (Sermón del 29 de junio de 1976, Ecône).

Es una hermosa obra en verdad esta cruzada de vocaciones: su finalidad siempre ha sido la principal preocupación de la Iglesia. Toda la tragedia actual ocasionada por la desaparición de los sacerdotes hace que la tierra clame desesperadamente. El clamor de los buenos cristianos siempre será el mismo. Ya lo conocemos: es el mismo de los apóstoles en la barca. El relato de San Marcos es alentador: "Ahora bien, sobrevino una gran borrasca, y las olas se lanzaron sobre la barca, hasta el punto de que estaba ya por llenarse. Más Jesús estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron diciéndole: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?” Entonces Él se levantó, increpó al viento y dijo al mar: '¡Calla; sosiégate!' Y se apaciguó el viento y fue hecha gran bonanza. Después les dijo: “¿Por qué sois tan miedosos? ¿Cómo es que no tenéis fe?” (Mc. 4, 38-40). Pero ante el clamor de los apóstoles, nuestro Señor calmó la tormenta.

"Perseveremos en la oración", dice San Agustín. "Dios puede postergar sus dones, pero no los niega. El mandato es importante: debemos perseverar y siempre orar, porque perecemos.

Hagamos nuestros los lamentos de San Juan Eudes, quien así concluye su carta: "¿Qué hacen tantos médicos y tantos solteros en París, mientras que miles de almas perecen por falta de personas que les tiendan la mano para salvarlas de la perdición y preservarlas del fuego eterno? Ciertamente, si me escucharan, iría a París a gritar en la Sorbona y en las otras universidades: "¡Fuego, fuego, el fuego del infierno enciende todo el universo! ¡Vengan, doctores, vengan todos, para ayudar a extinguirlo!"

¡Señor, danos sacerdotes; Señor, danos santos sacerdotes; Señor, danos muchos santos sacerdotes!

Padre Benoît de Jorna