El orden del amor en la familia cristiana. Conferencia del encuentro de familias 2018

Fuente: Distrito de América del Sur

R.P. Luis María Canale, invitado del encuentro de familias

El sábado 2 de diciembre, segundo día del encuentro de familias del Distrito América del Sur, el R.P. Luis María Canale dictó una conferencia para todos los fieles que asistieron al encuentro sobre el orden que debe tener la caridad dentro de la família católica.

Queridos amigos: 

Antes de entrar en materia, quisiera agradecer a los organizadores del Encuentro de Familias por el honor que me conceden de poder estar aquí estos días para acompañarlos  y colaborar así con el fin que se han propuesto desde el principio al convocar a nuestras familias e invitarlas a Villa la Merced. Quiero, pues, poner mi granito de arena para alentar, fomentar y fortalecer los lazos de unión entre las mismas y entre sus miembros, ayudar sobre todo a los jóvenes a que perseveren en esta tan noble empresa de formar  y vivir como una auténtica familia católica.

Hay un rasgo encantador que me admira y sorprende cada vez que tengo la oportunidad de juntarme con nuestras familias. Lo primero, lo más hermoso, a mi entender, no está ni en su vestimenta, ni en el número, ni en su piedad (¡miren lo que digo!...). Lo que más me atrapa son sus niños, o mejor, el rostro y la mirada de sus niños, que transparentan su inocencia y su alegría. ¡Vuestros niños son puros y felices! Ahora bien, es éste un tesoro que llevamos en “vasos frágiles”, como dice San Pablo de la gracia. De allí que, en medio de esta crisis que atraviesa la familia y la sociedad en general,  nos preguntemos cómo preservar, cuidar y fomentar esa alegría inocente de nuestros niños.

El orden del amor en la familia cristiana

El desorden causado por el demonio

En el tema de la charla de hoy quisiera proponer un principio de respuesta a esta inquietud porque el enemigo, el responsable inteligente de esta crisis, no sólo quiere destruir el orden natural sino que, en el fondo, su rechazo y su ataque va dirigido al amor y al orden del amor para instalar en su lugar el desorden y el caos. Dos amores edificaron dos ciudades. - Dice San Agustín - El amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo edificó la Ciudad de Dios. En cambio el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios edificó la ciudad del Diablo. Todo comenzó con la rebelión de los ángeles caídos y, con el pecado original, de la humanidad. Ello introdujo el desorden y el odio en el mundo, en la vida, en el corazón, en las familias.

Por eso, sin detenerme a explicar ni extendernos sobre la noción de la verdadera caridad (virtud teologal infundida por Dios en el alma por la que amamos a Dios por encima de todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos) quisiera hoy insistir en el orden del amor en la familia cristiana. Damos, pues, por supuesto qué entendemos por amor entre los esposos y los miembros de una familia y nos detenemos en la noción de orden. 

Lo primero en que pensamos cuando hablamos de orden es aquello de “cada cosa en su lugar”… un orden exterior.  Sin embargo no se trata aquí de ello, sino de un orden más ontológico o teológico: Arreglo armonioso de las cosas con relación a su principio, y entre ellas, según una prioridad o posterioridad de naturaleza, origen, causalidad, etc., dicen los filósofos.  San Clemente, sucesor de San Pedro, habla de la armonía del cosmos. Dice que el mundo está “ordenado”, de modo que cada criatura ocupa un lugar en el orden providencial. E insiste luego en la noción de jerarquía que existe en la Iglesia. Pero, en general, decimos que Dios creó todo con orden, en lugar del caos precedente. Dispuso todas las creaturas, múltiples y desiguales, para manifestar más acabadamente su única perfección y belleza. Y en esta disposición, quiso que en todos los seres existieran jerarquías y prioridades de naturaleza, bondad y belleza según grados de proximidad a su primer principio, es decir, según estén más o menos cerca de Dios.

Dijimos que el desorden o falta de orden debido aparece con el pecado, la primera de las “revoluciones” contra Dios. El desorden de los ángeles “se arregló” en seguida: Lucifer y los suyos al infierno y San Miguel con todos los que lo siguieron a gozar de la bienaventuranza para siempre. Pero el que nos interesa y sufrimos nosotros es el desorden introducido por el pecado de Adán. Descalabro tanto en el orden natural como en el sobrenatural. La insumisión e independencia en lugar del orden jerárquico establecido por Dios. Desde aquel momento, el hombre, con la ayuda de la gracia de Cristo, deberá trabajar para volver y recuperar el orden perdido. Luchar contra el egoísmo, el orgullo, la desobediencia… para volver al orden de la caridad y la humilde sumisión de la obediencia.

El amor de los esposos

Pero pasemos al amor entre los esposos y los miembros de la familia: aquí también se introdujo el desorden, produciendo un “amor desordenado”, que es una caricatura del amor. Por lo tanto, también en este terreno de la familia, será el esfuerzo virtuoso, por Jesucristo y su gracia, el encargado de recuperar ese orden del amor establecido por Dios. Sólo por la caridad sobrenatural de la Encarnación se restablece el orden natural del amor. El matrimonio y la familia son obra del amor de Dios. Institución natural y sobrenatural por la cual un hombre y una mujer se unen en sociedad o comunidad de vida – un solo corazón y una sola carne - para cooperar con el plan de Dios de poblar el mundo y el cielo de los elegidos.  Mas, aunque en el orden natural el amor de los esposos no es condición esencial para la validez del contrato matrimonial, sin embargo, la unión mutua por amor de caridad resulta una característica fundamental de la familia, especialmente desde que Nuestro Señor elevó aquel contrato natural a la dignidad de sacramento: es éste quien infunde en los esposos  una caridad sobrenatural, participación del amor divino. Más concretamente, el sacramento del matrimonio “significa” primero la gracia de la Encarnación, fruto del amor “esponsal” de Jesucristo a la Iglesia, su Cuerpo Místico, y “produce” o imprime esa gracia significada según la cual los esposos se hacen aptos para reproducir el amor entre Cristo y su esposa la Iglesia. Dicho de otra manera, la unión del hombre y de la mujer, bautizados, es el signo sensible y eficaz de la Gracia de la Encarnación (que es una acción matrimonial: tomar carne y convertirla en propia).

"Lo más hermoso... son sus niños, o mejor, el rostro y la mirada de sus niños, que transparentan su inocencia y su alegría"

Recordemos que entre los esposos existe un triple tipo de amor, querido por Dios, por el que  pueden amarse de tres maneras: Primero, dos formas  naturales, que se encuentran también en el matrimonio natural: el amor sensible (la pasión), y el amor espiritual o de benevolencia, que es un amor natural de amistad. En tercer lugar se encuentra el amor de caridad o amistad sobrenatural, que es lo propio del sacramento del matrimonio. De esta manera un hombre puede amar a su mujer como a su propia carne, como Cristo amó a su Iglesia.1

Pues bien: los esposos están llamados a amarse con estos tres tipos de amor: real, espiritual y carnal a la vez, pero guardando una prioridad o jerarquía. Estos no se oponen ni se excluyen, sino que deben subordinarse el uno al otro según su perfección. Aquí observamos entonces un primer orden en el amor, y el desorden sobreviene cuando se desconoce o rechaza esta jerarquía. Por eso la Iglesia condena por un lado toda mutilación de las tendencias afectivas, pero también toda exaltación perversa de las pasiones animales. El orden consiste precisamente en la subordinación de la carne al espíritu, y del amor conyugal a la amistad con Dios o en Cristo. La inteligencia iluminada por la fe (sobre todo la del padre de familia) es la encargada de discernir e indicar las jerarquías y prioridades en la vida del hogar y la educación de los hijos. Por ejemplo, en la vida familiar: primero Dios y su ley, sus mandamientos y preceptos, los deberes de estado, los deberes religiosos, los intereses del alma antes que los del cuerpo. Primero las cosas del espíritu y la virtud, antes que el cuerpo y sus “necesidades”. Dios primero, y luego todo lo demás también. Porque en este orden no está permitido el descuido ni la negligencia, el desorden exterior ni la suciedad…  Así pues,  el amor supone un recto criterio y el saber imponerse una disciplina rigurosa, que da a cada cosa su lugar, físico o espiritual: obligaciones, responsabilidades, preocupaciones, actividades diversas. Por ejemplo: antes soy padre que empresario, futbolista o pescador.

Los grandes enemigos del orden de la caridad

Este orden fundamental del amor está llamado convertirse en el eje o “quicio” de la vida de los esposos y de los miembros de la familia, para así convertirse en fuente de gozo y paz. La paz es la tranquilidad en el orden,2 recordaba Pío XII a menudo. Por eso los esposos y padres católicos convencidos de que son responsables de esa paz en el hogar, deberán estar valientemente decididos a combatir a los grandes enemigos del orden caritativo, que desquician la familia y siembran la tristeza y el caos. ¿Cuáles son ellos? Identifiquémoslos sucintamente al menos:

  1. El egoísmo en todas sus formas.  Éste se asocia con los principales vicios capitales (pereza, ira y sensualidad especialmente) para destruir el orden del amor, que exige sacrificio, abnegación, renuncia de sí mismo, fortaleza. Es necesario luchar contra él con verdadera “violencia”, según aquello de Nuestro Señor: El Reino de los Cielos sufre violencia, y sólo los violentos lo arrebatan3   Esta violencia es la que hace efectivas las “prioridades”. (Nota: cuando hablamos de “violencia”, nos referimos a la fuerza que es necesario desplegar para combatir el “desorden” y recuperar el orden perdido con el pecado original. Es el caso de la educación, por ejemplo: al niño le es imposible “ordenarse” solo, necesita la ayuda amorosa de sus padres y tutores. Lo mismo ocurre en la sociedad política, donde las autoridades encargadas de promover la paz y el bien común,  gozan de un “poder coercitivo”  para mantener o imponer el orden en caso de que falle la “bondad espontánea”. Desde el pecado original, pues, esta violencia es absolutamente necesaria.)
  2. El sentimentalismo.  Es cierto que no debemos olvidar fomentar los buenos sentimientos de amor sensible entre los esposos y los miembros de la familia, ya que no somos ángeles.  Lo contrario sería “desamor”.  Es necesario, pues, que en el hogar se cante, se ría, se converse y todos se amen con verdadera afección. Es bueno que los niños digan a sus padres “te quiero”, y estos a su vez manifiesten su cariño con besos y abrazos. Todo eso no es sentimentalismo. Éste consiste en la exaltación del elemento sensible, invirtiéndose así el orden jerárquico de las formas y de los objetos del amor. Se da cuando la “ternura” prevalece sobre la voluntad y se vuelve el “quicio” de la vida, en lugar de la razón iluminada por la fe. El sentimiento sólo es irracional... aunque Pascal diga por allí que el corazón tiene razones que la razón no comprende...
  3. La desorganización o desorden externo es otro enemigo del orden del amor. Porque si bien es cierto que lo importante es el orden interior o del alma, después del pecado original el cuerpo y todo lo exterior ejerce una poderosa influencia sobre nuestra alma. Por ello es necesario instaurar, fomentar o restablecer el orden exterior para que la misma caridad se ordene. El jefe de familia deberá disciplinar y organizar la vida de la casa, imponiendo principios de orden y organización, aún por la “violencia”, es decir, por medio de prescripciones y castigos. A saber: respeto de horarios mínimos, asistencia a la mesa familiar, tertulias, no admitir ocuparse ni atender el celular durante las comidas, no levantarse de la mesa antes de dar las gracias, prohibición del uso de internet en el cuarto, limpieza y orden de cada habitación propia, orden en el escritorio de estudio, libros, material escolar, “cada cosa en su lugar y un lugar para cada cosa”, etc.  Los padres deben fomentar en sus niños desde pequeños el sentido de la responsabilidad y el “hábito del orden”, interior y exterior,  para que se beneficien de aquel fruto feliz al que se refiere San Agustín hablando de la caridad: Guarda el orden - de la caridad - y el orden te guardará.

Podríamos seguir enumerando y explicando algunos otros enemigos del orden del amor, como el igualitarismo, la ignorancia, la herejía, la malicia, el pecado, etc., pero por hoy nos parece suficiente lo que llevamos dicho. Sólo nos queda animar a todos a que no se cansen ni desalienten en esta tan noble tarea de instaurar el orden de la caridad verdadera en sus vidas y en sus hogares.

Para lograrlo, los invito a recurrir a nuestra Madre del cielo. Mañana después de la misa, según esta muy bella costumbre del “Encuentro”,  consagrarán sus familias (o renovarán su consagración) al Corazón Inmaculado. ¿En qué consiste este trascendente acto? Siguiendo el pedido de Nuestra Señora en Fátima, por una fórmula tomada de la tradición espiritual de San Juan Eudes, harán solemne pero sincera entrega de sus casas, cosas, personas, sus niños con su inocencia, su pureza, su alegría, al Corazón maternal de la Virgen. Y se pondrán enteramente bajo su amparo; sus niños especialmente. Para de ahí en más vivir continuamente en ese Corazón como en un “seno espiritual”, semejante a aquel en que el niño permanece durante nueve meses y recibe todo lo necesario para vivir… Compromiso formal, entonces, de vivir desde ese momento un nuevo “estilo de vida”, no solamente cristiano, sino también mariano o “cordimariano”. Para así convertirse en fermento, en antorchas que difunden el fuego sagrado del amor a Jesús y a María. Testigos, y más aún, testimonio viviente, Cruzados del Reinado del Corazón de Jesús por el Corazón de su Madre.

Gracias por su bondadosa atención.

  • 1Efesios 5
  • 2San Agustín
  • 3Mateo 11, 12