La humildad y la pureza de corazón

Fuente: Distrito de América del Sur

Palabras de Mons. Lefebvre para el 2° domingo de Cuaresma

"Beáti mundo corde quóniam vidébunt Deum. Bienaventurados los puros de corazón". ¿Qué significa "los corazones puros"? Significa corazones desprendidos de sí mismos, corazones que huyen del egoísmo y del orgullo, porque eso es lo que nos impide unirnos a Dios.

Todo lo que sostiene nuestro egoísmo, todo lo que sostiene nuestro orgullo, disminuye la visión que podemos tener de Dios por la gracia santificante, por la presencia de Dios en nosotros, porque esta presencia de Dios en nosotros es sobre todo una presencia que está en nuestra inteligencia, en nuestra voluntad y en nuestro corazón. Podemos ver a Dios con los ojos de la fe. Y las gracias que Dios nos da, según caigan en un terreno bien preparado o en corazones más o menos puros, dan más o menos fruto. Por eso, a veces nos sorprende ver que personas que asisten a los sacramentos de la misma manera tienen gracias muy diferentes, que algunas progresan rápidamente en la santidad y la perfección, y que otras se estancan. ¿Por qué? El secreto de esto es sobre todo la falta de humildad, la falta de pureza de corazón, porque la pureza de corazón es al mismo tiempo humildad. Para adquirir la pureza de corazón, hay que tener humildad; hay que olvidarse de uno mismo para pensar sólo en Dios, para ver sólo a Dios.

"Esuriéntes implévit bonis. A los que son pobres, los colma de bienes. Et divítes dimísit inánes. A los ricos los despide con las manos vacías" (Luc. 1, 53). ¡Con las manos vacías! Si somos ricos en nosotros mismos, si estamos llenos de nosotros mismos, Dios ya no tiene nada que hacer en nosotros. Si, por el contrario, estamos vacíos de nosotros mismos, entonces hay espacio para Dios en nosotros. "Humilíbus dat grátiam, supérbis resístit. A los humildes les da la gracia, a los soberbios les resiste" (Santiago 4, 6). Es grave que Dios se resista a las almas, que Dios no quiera entrar en un alma porque encuentra allí el orgullo. Por el contrario, a los humildes les da la gracia.

Por lo tanto, si realmente queremos vivir con Dios, si deseamos ver a Dios de una manera que, ciertamente no es la visión beatífica, pero que será un comienzo de esa visión beatífica que se nos promete, debemos "decidirnos", debemos "elegir". La gracia es el principio, el germen de la visión beatífica. Lo dicen las almas que han tenido grandes gracias. Podemos experimentar a Dios, experimentar la presencia de Dios en nosotros como la presencia de un amigo en la oscuridad. Si no lo vemos, reconocemos, sin embargo, la presencia de ese amigo, de ese ser querido, junto a nosotros; no lo vemos, pero sabemos que está ahí.

De la misma manera podemos, por la gracia, saber, tener fe y creer que Dios está presente en nosotros, que está con nosotros. Nos lo dice de manera muy precisa: "Si quis servat mandáta mea, dilígit me. Si alguien guarda mis mandamientos, me ama. Si quis autem dilígit me, diligétur a Patre meo. Si alguien me ama, será amado por mi Padre. Et ego dilígam eum et manifestábo ei méipsum. Lo amaré y me manifestaré a él" (cfr. Jn. 14, 21).