De la Ley de Paridad a la Ley de Aborto

Fuente: Distrito de América del Sur

La Ley de Paridad o "Ley de Cupos"

En Paraguay se ha aprobado con media sanción la "Ley de Paridad". En Argentina lo mismo ha sucedido con la "Ley de Aborto". Al mismo tiempo en casi todos los países se hacen marchas para conseguir estos supuestos "derechos". Estudiemos el camino que recorre la legislatura "progresista" de una ley a otra.

Ley de Paridad

Las leyes deben seguir la naturaleza de las cosas

La llamada “Ley de Paridad” busca reivindicar una supuesta igualdad entre el hombre y la mujer por medio de la aplicación, en la práctica, de cupos iguales en toda empresa privada o entidad pública de manera que haya un cincuenta por ciento de mujeres y un cincuenta por ciento de hombres empleados en cada una de ellas.

Esta ley se encuentra con dos obstáculos que la impiden: la disparidad entre el hombre y la mujer en su misma naturaleza, y la disparidad no solo entre el hombre y la mujer, sino también entre hombres y mujeres respecto de sus mismos pares en las obras prácticas concretas.

La disparidad de naturaleza entre el hombre y la mujer es evidente respecto de las condiciones físicas: los cuerpos de uno y otro tienen diferencias que no exigen ningún esfuerzo para ser descubiertas desde la edad de la niñez. Pero las diferencias físicas no pueden afectar sólo a las funciones fisiológicas del cuerpo, ciertamente estas diferencias tienen una gran influencia en nuestras mentes, y podemos comprobar que cuando nuestro cuerpo sufre algún cambio por razón de una enfermedad, también cambia nuestro humor y nuestra facilidad para cualquier esfuerzo intelectual, y cuando el cuerpo pierde las fuerzas por el deterioro producto de la edad, también suele perder las fuerzas el uso de la razón. De esto se sigue una conclusión, no tan evidente a todos como la anterior, pero sí muy clara para cualquier hombre que se precie de ser racional: como consecuencia de la disparidad de naturaleza, la psicología masculina y femenina y sus maneras de entender y razonar las cosas son totalmente dispares en las conclusiones inmediatas y en su aplicación práctica, aunque no lo sean en la posibilidad de conocer la verdad. Digamos que llegan al mismo fin por diversos caminos.

La disparidad en el obrar práctico es consecuencia necesaria de lo antedicho. Distintas psicologías tendrán como resultado talentos dispares, lo cual, como decíamos, no sólo se da entre el hombre y la mujer, sino también respecto de hombres y mujeres entre sí, aunque en menor medida.

La imposibilidad de aplicar en la práctica la Ley de Paridad puede ilustrarse fácilmente con un ejemplo: supongamos que queremos aplicarla a un equipo de futbol. Inmediatamente su imposición se encontrará con un primer obstáculo: un equipo de futbol se compone de once jugadores. ¿Cómo hacer que el cincuenta por ciento sean mujeres y los hombres conformen la otra mitad? –No nos alarmemos, es muy fácil: hagamos que los equipos tengan doce jugadores. –El segundo obstáculo no tardará en llegar: Todo equipo tiene un capitán, ¿éste será hombre o mujer? –Ni uno ni el otro, habrá un capitán y una capitana. –Pero también algunos jugadores son defensores, otros mediocampistas y otros delanteros; eso es contrario a la igualdad de “todos y todas”. –Entonces la solución es muy simple: que todos sean simplemente “jugadores y jugadoras”, que no hayan capitanes ni defensores ni cualquier otra disparidad, y que cada uno haga lo que quiera con su “derecho de utilizar sus facultades”. El resultado de tal equipo de futbol será manifiesto.

Las leyes deben seguir la naturaleza de las cosas. Las disparidades no solamente existen: son necesarias y son buenas. Para el buen funcionamiento de un cuerpo es necesario que posea miembros dispares: si no hubiera una cabeza, dos manos y dos pies y el resto de los miembros con su jerarquía, la vida humana sería imposible. La armonía del funcionamiento de una sociedad exige que haya disparidades para que cada uno cumpla su función y de la obra de cada uno, dirigida y unificada por la cabeza, por el “capitán”, se alcance el bien común de toda la sociedad y de todos los individuos de la misma.

Toda empresa o entidad, sea pública o privada, debe emplear personas capaces física y psicológicamente para poder cumplir con cada una de sus funciones; sean hombres y mujeres, sólo hombres o sólo mujeres, o tales hombres y tales mujeres.

La sanción de una “Ley de Paridad” tal como se la plantea, se aparta de la naturaleza de las cosas y su aplicación práctica es contraria a la razón. O se cambia la naturaleza, lo que es imposible, o se elimina la tal Ley. De no ser así, se sanciona la total anarquía y la sociedad, como está ocurriendo en realidad, pierde la razón… pierde la cabeza.

De moral objetiva a moral de circunstancia

Debemos aprender a ver las señales de los tiempos. Perdida la cabeza, de la aprobación de una ley que promueve la “igualdad de derechos entre todos los individuos” se sigue la aprobación de otras leyes que van en el mismo sentido. ¿Cómo pudimos llegar a esto? Se legisla fuera del orden de la naturaleza porque se ha cambiado el concepto de moral: ya no se trata de una moral objetiva que mira lo que está bien o está mal sino lo que a la mayoría le parece bien o mal ya que todos tienen derecho a decidir sobre sus obras concretas. Se trata de una moral de circunstancia: está bien o mal lo que, en las circunstancias actuales, la mayoría cree estar bien o mal o, mejor dicho, lo decide en virtud de sus “derechos”.

La primera de las “leyes” aprobadas de esta manera en casi todos los países del mundo fue la “Ley de Divorcio”. El motivo para sancionarla fue la existencia, de hecho, de muchos matrimonios en que los cónyuges decidían separarse. La costumbre de muchos de separarse, sería la señal del “derecho” que las condiciones actuales le dan al individuo de decidir distanciarse de su cónyuge sin cargar con la culpa de estar haciendo algo malo.

Nos preguntamos cuál es la naturaleza del matrimonio. Su definición es clara:

Unión de hombre y mujer, concertada mediante ciertos ritos o formalidades legales –o religiosas–, para establecer y mantener una comunidad de vida e intereses.1

El fin del matrimonio está consignado en la etimología de la palabra matrimonio: “el deber de madre”.2 Y es que el fin primario del matrimonio hace hincapié en la maternidad: se trata de la procreación de los hijos pero también de su educación; porque en la especie humana el carácter racional exige que se aprendan las cosas por medio de la educación. Dicha finalidad principal tiene como consecuencia necesaria el fin secundario que es la ayuda mutua entre los cónyuges, la cual exige que el matrimonio sea de un solo hombre con una sola mujer (fidelidad), y que dure toda la vida (indisolubilidad). La misma naturaleza del matrimonio exige que no sea pasible de divorcio y, por lo tanto, que el divorcio sea contrario a la moral: que sea objetivamente malo.

Una vez más, o se cambia la naturaleza del matrimonio, lo que es imposible sin que deje de ser matrimonio, o se elimina la ley de divorcio. En todo caso, si se busca cambiar la naturaleza del matrimonio, entonces que ya no se llame matrimonio, que no tenga como finalidad tener hijos y que ya no sea tampoco una “unión para establecer una comunidad de vida e intereses”; lo que en la práctica, no difiere de la simple unión de amistad, de la sociedad laboral u otro tipo de uniones que tienen como fundamento otros fines diferentes a los del matrimonio.

Identidad de género y matrimonio homosexual

Dijimos que debíamos aprender a ver las señales de los tiempos. ¿Qué otras leyes se siguen de este cambio del concepto de moral?

En muchos países ya se ha aprobado la “Ley de Identidad de Género”, y en Paraguay, como en los países en que todavía no se ha sancionado, muchos movimientos abogan por la legalización de tal aberración. Esta “ley” permite que las personas puedan ser inscritas en sus documentos personales con el nombre y el “género de elección”, además de ordenar que todos los tratamientos médicos de “adecuación a la expresión de género” sean incluidos en el Programa Médico Obligatorio.

De la mano de dicha ley viene la de “Matrimonio Homosexual”.

¿Cuál es el argumento para sancionarlas? El mismo: ya que de hecho existen muchas personas que por vergüenza o por miedo a ser discriminadas mantienen ocultamente su condición “diferente” y ya que hay muchas uniones libres de este tipo, sancionemos leyes que permitan a los que sienten que son “de otro género” poder ejercer sus derechos a ser tratados de manera igualitaria (a pesar de la voluntaria disparidad), y esto “fuera del closet”, a la luz del día, y que puedan contraer matrimonio entre ellos con todos los derechos que el estado asegura al matrimonio “tradicional”.

En este punto entramos en algo mucho más grave: ya no se trata de legislar “no siguiendo la naturaleza de las cosas” sino de legislar “contra la naturaleza”.

De nuevo, o se cambia la naturaleza o se elimina la ley. Si el matrimonio, como lo indica su nombre y definición, es una unión que tiene como fin principal la procreación y educación de los hijos, una unión entre personas del mismo sexo no puede ser matrimonio, ya que, por naturaleza nunca podrá cumplir con el fin del mismo y, por el mismo hecho, tampoco puede constituir una “comunidad de vida e intereses” cuando tales intereses están excluidos por sí mismos.

No es necesario abundar en mayores explicaciones. Tales uniones contrarias a la naturaleza no sólo no pueden tener los mismos derechos que un matrimonio sino que tampoco tienen derecho a existir: son objetivamente malas.

  • 1RAE 23a edición
  • 2“Matris munus” en latín

El emblema del feminismo para abogar en favor del crimen

Legalización del aborto

La ley que termina, por el momento, de satisfacer al mundo moderno es la llamada “Ley de Interrupción voluntaria del embarazo”, nombre benigno de la legalización del aborto. En Argentina ya ha recibido media sanción por parte de la Cámara de Diputados y en muchos países se estudia la posibilidad de recorrer el mismo camino.

Comencemos por los conceptos: Interrumpir supone que una acción comenzada pero no acabada, no continúe definitivamente o por un tiempo determinado. Se interrumpe una acción definitivamente cuando el fin de la misma ya no se puede alcanzar o no se quiere alcanzar y se interrumpe de manera temporal cuando se presenta un obstáculo para alcanzar dicho fin y necesitamos un tiempo determinado para quitar tal obstáculo. En el primer caso, dicha interrupción recibe el nombre propio de “Aborto”; el segundo caso es el que generalmente recibe el nombre de “Interrupción”. Por ejemplo: si estoy viajando en auto para visitar una persona y en medio del camino me llama para avisarme que no puede recibirme, interrumpo mi viaje definitivamente o más propiamente “aborto mi viaje” por una circunstancia involuntaria. Si cambio de decisión y ya no quiero visitar a la persona, aborto mi viaje voluntariamente. En el mismo caso, si en medio del camino necesito cargar combustible, interrumpo mi viaje temporalmente para poder procurar las condiciones que me permitan alcanzar el fin buscado.

Cuando hablamos de “interrumpir un embarazo”, propiamente nos referimos a una acción necesaria que se realiza para alcanzar el fin del mismo, obstaculizado por una circunstancia externa. Para ser más claro, se debe interrumpir un embarazo cuando por un problema de salud de la madre o del mismo niño en el vientre, la vida del niño se encuentra en peligro, por ejemplo, cuando una madre tiene un pico de presión durante la gestación, que causa la muerte de la placenta y el útero pierde las condiciones que permiten la continuidad del embarazo. El niño morirá en cuestión de horas, lo que hace necesaria la interrupción con el fin de intentar salvarle la vida y que pueda continuar creciendo fuera del vientre de su madre.

Cuando hablamos de realizar un aborto, nos referimos propiamente a una interrupción del embarazo que impide que éste llegue a su fin: si el aborto es espontáneo, es decir, involuntario, exime de toda culpa, salvo que la madre haya descuidado su salud y por su negligencia sea responsable de lo ocurrido; si el aborto es voluntario, sean cuales sean sus circunstancias, es un crimen.

Dos argumentos principales utilizan los promotores de su despenalización: el derecho de la mujer a hacer “lo que quiera” con su cuerpo y la existencia de abortos clandestinos que, por no cumplir con los requisitos que protejan la vida de la mujeres que se los practican, principalmente en los sectores pobres, exigiría su legalización (que sea libre) y la certeza de que sea gratuito y seguro.

Sí, aborto libre, para que toda mujer pueda decidirse por cualquier razón a realizarlo; gratuito, para que mujeres de cualquier condición puedan acceder a él; seguro, para no sufrir ninguna secuela a consecuencia del mismo. El estado quiere conceder todas las condiciones para que se pueda cometer un crimen terrible, sin padecer ninguna consecuencia del hecho.

Mi cuerpo, mi decisión

¿El niño es parte del cuerpo de la madre? La ciencia nos dice lo contrario. Hemos escuchado sobrados profesionales que participaron del “debate histórico” que explican que el embrión, apenas concebido, tiene una instrucción genética en su ADN totalmente distinta de la de su padre y su madre. Estas instrucciones son utilizadas en el desarrollo y funcionamiento del organismo del niño de manera que tiene un crecimiento independiente de la madre; es un individuo diferente cuyo crecimiento por reproducción de células iguales, es exactamente el mismo que tendrá después de nacido y durante toda su vida. Esto quiere decir que el niño tiene vida propia desde su concepción, y si es concebido por seres humanos, evidentemente, no puede tener otra vida que la de una persona humana. Un aborto, asesina a un hombre antes de nacer, es un acto objetivamente malo por naturaleza y no puede justificarse ni siquiera por las tres causales de peligro de la vida para la mujer, inviabilidad fetal o embarazo por violación como se aprobó recientemente en Chile, en septiembre de 2017.

Aborto legal “para no morir”

De nuevo la moral de circunstancia. Ya que, de hecho, hay muchos abortos, pretenden hacerlo legal para poder regularlo y evitar las muertes de mujeres por abortos clandestinos.

Se habla de una “cuestión de salud pública”, de “hipocresía de los sectores mejor acomodados” que tienen las posibilidades económicas de pagar un aborto seguro y esconder su vergüenza en la “oscuridad de la clandestinidad”, se acusa a los legisladores que se oponen al aborto de “mirar a un costado” ante la muerte de tantas mujeres.

Con este pensamiento podríamos legalizar cualquier crimen. Supongamos que un violador cometiendo su crimen se contagia de una enfermedad que padecía su víctima y muere, y esta situación se repite con otros criminales. Podremos decir entonces que no debemos ser hipócritas ya que los criminales con más recursos pueden cometer sus fechorías sin enfermarse, y esto atenta contra la igualdad de los hombres. Siendo así, no podemos mirar a un costado y debemos legalizar la violación para que no mueran más criminales. “Violación libre, gratuita y segura” para “no morir”. También un ladrón que intentando saltar una pared se cae y muere por no tener una escalera está en condiciones inferiores al que tiene una escalera segura. Solución: legalicemos el robo para que sea libre, gratuito y seguro…

Parece ridículo pero pensemos bien: El ladrón atenta contra los bienes materiales de un tercero; el violador contra la integridad física y psicológica de su víctima; el que aborta atenta contra la vida misma de una persona. ¿Qué crimen es más grave? El médico que hace un aborto es un asesino y la madre que voluntariamente aborta es una filicida, es decir, abortando, comete un asesinato agravado por el vínculo.

Para acabar con la muerte de estas madres la solución es acabar con el aborto, no legalizarlo.

Se dice que el debate era para decidir si aborto clandestino o legal. No, el debate está entre defender la vida de un niño inocente o defender a un médico criminal, a padres de familia criminales que obligan a sus hijas a practicarse un aborto, o a madres criminales que asesinan a sus propios hijos en su vientre. ¿Hacia dónde vamos a inclinar la balanza?

Hipócritas son los legisladores que en sus provincias no persiguen y castigan a los médicos que practican abortos y a las madres que se prestan a esa práctica, porque les conviene que mueran mujeres para poder justificar sus propósitos. Son ellos los que sabiendo que se practican abortos clandestinos, “miran hacia un lado” haciéndose cómplices de la muerte de tantos niños inocentes y, en varios casos, de sus madres. No es la solución legalizar el aborto para que las mujeres pobres estén en las mismas condiciones de matar que las ricas, la solución es poner mano dura y castigar a los médicos que se enriquecen asesinando niños y a las mujeres que pagan por un aborto, al igual que se debe hacer con las pobres que no pueden pagarlo y procuran este crimen por un medio "más barato". La solución es proteger la vida del niño, no reivindicar los supuestos derechos de la mujer a matar a su hijo.

Conclusión

Para finalizar, no podemos dejar de tocar el argumento religioso que hemos evitado a lo largo de este estudio, decididos a defender la moral objetiva por medio de la razón.

El primero que abogó por la igualdad de derechos fue Lucifer, quien quiso tener “paridad” con Dios, y perdió su lugar en el Cielo. Luego tentó a Eva con la intención de perder a Adán con el mismo argumento: si coméis de este fruto, se abrirán vuestros ojos y seréis como Dios.1 Adán quiso ser igual a Dios y no se sometió. Inmediatamente todas sus facultades se rebelaron contra él y experimentó las consecuencias del pecado original que hasta hoy sufrimos todos sus descendientes. De esta primera búsqueda de paridad, se siguieron todos los males de la historia hasta llegar a la decadencia que vivimos hoy.

Debemos seguir la naturaleza de las cosas. Si existen diez mandamientos es porque Dios, creador de nuestra naturaleza, nos enseñó las reglas, el “manual de instrucciones” de la naturaleza humana. No existen por un puro capricho de Dios o de la Iglesia que quiere poner reglas que “repriman” a los hombres.

Si seguimos esas leyes, haremos obras buenas. En la medida que nos alejemos de ellas obraremos moralmente mal, y si las despreciamos, como lo hacen los hombres de este mundo, perderemos la razón… perderemos la cabeza. Es lo que vivimos hoy. Es “el mundo del revés”.

Ningún crimen queda sin castigo. Los niños abortados no solo pierden la vida, también pierden la posibilidad de gozar de Dios en el cielo porque mueren sin bautismo. Están en el limbo y su sangre, como la de Abel,2 clama venganza. Venganza contra los que legislaron a favor del su asesinato por el aborto y contra los que lo promovieron, venganza contra los médicos que lo practican, venganza contra los que obligan o aconsejan a abortar o colaboran de alguna manera con este crimen. Venganza, finalmente, contra aquellos que pudiendo hacer algo para evitar estos asesinatos, “miran a un costado”.

Líbrenos nuestro Señor de la ira divina.

  • 1Gen. 3, 5
  • 2Gen. 4, 10