Madre de Dios. Sermón de la maternidad de María en Córdoba, 11 de octubre de 2018

Fuente: Distrito de América del Sur

Celebramos la maternidad divina de la Santísima Virgen, un título reconocido por el Concilio de Éfeso en 431. La Iglesia ponía así fin a todas las herejías cristológicas. Algunos negaron la divinidad de Cristo, otros su humanidad. Al llamar a la Santísima Virgen Theotokos, Madre de Dios, la Iglesia recordó solemnemente que Jesús era verdadero hombre y verdadero Dios. Verdadero hombre porque es hijo de María, y verdadero Dios,  porque la maternidad de María terminó en la persona de Jesús, que era divina.

Podríamos sorprendernos por la elección del evangelio de esta festividad. Algunos podrían haber pensado que hubiese sido más preciso leer, por ejemplo, la historia de la Anunciación. Sin embargo, esta elección es rica en enseñanza, y tal vez ninguna página del Evangelio habla tanto de la maternidad de María, e incluso de la maternidad en general.

Ciertamente, la maternidad divina de María se afirma en el breve intercambio entre María y Jesús. Mientras María, interrogando a Jesús, invoca su autoridad materna, Jesús reivindica su filiación divina: ¿Ignorabais que Yo debo atender a las cosas de mi Padre? . No rechaza su filiación humana, por el contrario. El evangelio dice que les estaba sumiso. Hijo de Dios, es verdadero Dios, hijo de María, verdadero hombre. Todo el dogma está aquí.

Pero si leemos este episodio a la luz de todo el Nuevo Testamento, lo que María y José no pudieron hacer – y por eso, dice el evangelio, ellos no entendieron la respuesta que les diera – descubrimos en esta página una enseñanza más profunda sobre la maternidad de María, y más ampliamente sobre toda la maternidad.

La Santísima Virgen, como buena madre, está muy preocupada por la pérdida del Niño Jesús, su niño. Ella tiene la custodia de Él, y se entregó para Él. Al perder a Jesús, ella pierde todo su tesoro, como sería el caso de cualquier madre. María reacciona como una madre que ha perdido a su hijo: Te hemos buscado doloridos. Este sufrimiento es según la medida de su amor, y en este sentido este sufrimiento es muy hermoso.

Pero Jesús quiere llevar a su madre mucho más lejos en los caminos del amor, para imitar su propio amor. De ahí el carácter profético de esta página. Porque, conociendo el nuevo testamento, sabéis que esta pérdida de Jesús y su hallazgo en el templo en el tercer día es un presagio de la muerte de Jesús y de su resurrección en el tercer día. Y es hasta aquella realidad que nuestro Señor quiere llevar a su Santa Madre, precisamente para que ella pueda llevar a cabo su maternidad, para vivirla plenamente. Ese día, María no tendrá que darse a sí misma por su hijo, sino que tendrá que dar a su propio hijo.

Es relativamente fácil para una madre darse a sí misma totalmente por su hijo. Eso ciertamente requiere muchos sacrificios, pero permanece inscrito en el instinto maternal, en las entrañas de cada madre. Todavía no estamos en la maternidad vivida supremamente. Ese día, en el día de la cruz, María será llamada a mucho más: ella tampoco tendrá que entregarse por su hijo, sino que tendrá que darlo; no entregarse por su hijo, para protegerlo y darle vida, sino dar a su hijo, para que pueda morir. Porque tal es su vocación, esta es la razón de su venida a la tierra, tal es la razón de la maternidad divina de María. En ese día, María vivirá la gran separación y, paradójicamente, su maternidad en su grado supremo.

San Cirilo de Alejandría defendiendo la divina maternidad de María en el I° Concilio de Éfeso. Pintura en la iglesia de Notre-Dame de Fourvières

Porque allí está la cumbre de la maternidad vivida: aceptar el despojo de su hijo. Sí, por naturaleza, el amor maternal es separador. Para que el hijo se convierta en sí mismo, deberá distinguirse de ella, separarse gradualmente de ella, y lo que comienza físicamente en el nacimiento es sólo el comienzo de un largo camino de separación. El amor del hijo, el bien del hijo se consigue a este precio. Nada es peor para el florecimiento de un niño que una madre posesiva; es la mejor manera para que este niño nunca alcance su logro completo. ¿Cuántas madres, por ejemplo, han rechazado la vocación de su hijo, por exceso de posesividad?  Ellas no supieron dar a su hijo. No actuaron como madres, porque jamás el niño podría ser posesión de la madre. Otro ejemplo: unas madres no dieron bastante a su hijo o su hija al momento de su casamiento. Siguen ocupándose de ese nuevo hogar, un poco como si fuera suyo. De aquí algunas dificultades con algunas suegras… Aquellas no supieron dar a su hijo. María, por el contrario, con todo su ser dio a su hijo. Ella dio a Jesús. Ella nos dio a Jesús.

Entonces sucede algo extraordinario. Porque María nos dio a su hijo, por primera vez en público, Jesús la llamó Madre. Por haber dado a su hijo, por haberle permitido, precisamente por el don total de sí misma, incluido el don de su hijo, haberle permitido realizar toda la obra a la que Dios Padre lo destinó, María es en este momento plenamente madre. Tal es así, que la obra de su hijo se convierte en su obra. En esta hora, Cristo Rey la estableció Reina, la establece Madre no solo de sí mismo, sino de toda la humanidad redimida.

En esta fiesta, por lo tanto, vengamos a saludar a la Madre de Dios y a nuestra madre, vengamos a rezar por todas las madres, para que siempre tengan la fuerza no solo de entregarse siempre por el bien de sus hijos, sino también para darlos cuando llegue el día, para que obren plenamente lo que el Padre celestial espera de ellos, sea cual fuere la obra.