Origen del movimiento carismático

Fuente: Distrito de América del Sur

Misa "carismática" ¿Qué espíritu puede inspirar esto?

Pentecostales y carismáticos acuden a los hechos extraordinarios como única señal de la venida del Espíritu Santo a nuestras almas. Estudiemos la falacia y el origen sacrílego de dicha herejía.

Los adjetivos pentecostal y carismático indican claramente el carácter del movimiento: aquél se refiere a la plenitud del Espíritu Santo recibido el domingo de Pentecostés; éste, a los carismas o dones extraordinarios que lo acompañaron. No se trata, como veremos, de ofrecer plegarias especiales o de intensificar la devoción hacia la Tercera Persona de la Trinidad, sino de una novedad que promete a sus adeptos la plena experiencia del Espíritu Santo, idéntica a la que tuvieron los Apóstoles en aquel día en que los dones les fueron comunicados, en virtud del bautismo del Espíritu que se recibe por imposición de las manos.

Veremos que el movimiento carismático y la Iglesia Católica no pueden estar de acuerdo.

Construcción sobre arenas movedizas

Doctrinalmente, el movimiento se levanta sobre arenas movedizas. Analizado a la luz de la enseñanza de la Iglesia, revela que nos hallamos frente a algo completamente inasible. Su piedra de toque es la experiencia personal y la inspiración del Espíritu Santo, cosas ambas que nadie puede controlar. Los pentecostales aseveran que un movimiento tan lleno de vida no puede ser contenido en los estrechos límites de fórmulas doctrinales, lo cual explica, por lo demás, la ausencia de una doctrina sólida, las referencias inconsistentes al Nuevo Testamento y sus formulaciones provisionales. Uno de sus documentos más importantes, Orientaciones teológicas y pastorales sobre la renovación carismática católica (Malinas, Bélgica, 1974) manifiesta que:

No es exhaustiva y se requieren ulteriores estudios (…) El texto se presenta como una tentativa de respuesta a las principales preguntas que suscita el movimiento carismático.

En otras palabras, los autores no saben qué son. El texto está plagado de medias afirmaciones y simples opiniones, y apenas se hacen algunas distinciones, elementales para cualquier argumentación teológica.

Así, por ejemplo, se sostiene que:

La experiencia del Espíritu Santo es la contraseña de un cristiano, y en parte, con ella los primeros cristianos se distinguían de los no cristianos. Se consideraban representantes, no de una nueva doctrina, sino de una nueva realidad: el Espíritu Santo. Este Espíritu era un hecho vital, concreto, que no podían negar sin negar que eran cristianos. El espíritu les había sido infundido y lo habían experimentado individual y comunitariamente como una nueva realidad. La experiencia religiosa, es preciso admitirlo, pertenece al testimonio del Nuevo Testamento: si se quita esta dimensión de la vida de la Iglesia, se empobrece la Iglesia.

La afirmación de que los primeros cristianos se consideraban representantes no de una nueva doctrina, sino de una nueva realidad: el Espíritu Santo es sencillamente falsa. Cristo envió a los Apóstoles a enseñar a todas las gentes. Enseñar es, ante todo, aceptar y transmitir una doctrina, no experimentarla, cosa ésta muy subjetiva.

La tesis de la experiencia y de la fe es, en el fondo, la tesis de Lutero. Cristo vino a dar testimonio de la Verdad, exigiendo que su enseñanza sea aceptada, no experimentada: el que creyere y fuere bautizado, se salvará; pero el que no creyere, se condenará. Las cartas de San Pablo nos muestran que los apóstoles y los primeros cristianos estaban muy interesados esencialmente en la doctrina, y muy poco en el sentimiento.

Se pregona que el Espíritu Santo fue infundido sobre ellos y fue experimentado por ellos individual y comunitariamente como una nueva realidad. Esto implica que todos los cristianos de la era apostólica recibieron el Espíritu Santo y tuvieron la misma experiencia que los Apóstoles en el día de Pentecostés, con los mismos fenómenos místicos y milagros: aserción errónea, pues ni en el Nuevo Testamento, ni en los escritos de los Padres, ni en la enseñanza oficial de la Iglesia, hay traza alguna de que haya sido así. Por el contrario, al narrarse que el Espíritu Santo descendió sobre los nuevos cristianos, es claro que estamos ante un hecho completamente extraordinario, raro y aislado.

¿Sacrificio o fiesta?

Antecedentes y orígenes del pentecostalismo

El Libro de la Sabiduría afirma que no hay nada nuevo bajo el sol. No, ni siquiera el pentecostalismo es una novedad, sino un viejo error ataviado con nuevos ropajes. No es casual que todas las herejías tengan algo en común: sus fundadores y seguidores dicen tener intuiciones especiales bajo la inspiración del Espíritu Santo.

En época de San Pablo ya pululaban los falsos profetas, que se decían movidos por Espíritu Santo, pero que en realidad perturbaban las comunidades cristianas recientemente fundadas. A éstos les sucedieron los gnósticos, los primeros herejes oficiales, contra los cuales San Juan escribió su Evangelio para proteger a la grey de sus falsas doctrinas.

Durante el siglo II apareció un tipo particular de pentecostalismo fundado por Montano. Él y sus seguidores pretendían poseer la plenitud del Espíritu Santo y sus carismas, especialmente los dones de curaciones, profecías y lenguas. Tuvo innumerables seguidores, entre ellos, el mismo Tertuliano, que escribió brillantemente sobre la Iglesia Católica, pero que finalmente cayó víctima del montanismo, fundando su propia secta.

Los siglos XII y XIII conocieron hordas de puritanos que se jactaban de tener una especial iluminación del Espíritu Santo. Viajaban de un sitio a otro predicando su propio evangelio. Algunas de estas sectas han sobrevivido hasta hoy —por ejemplo, los valdenses— pero otras no: albigenses, cátaros, pobres de Lyon, etc.

Correspondió a Lutero arrebatar del seno de la Iglesia a naciones enteras. Este hereje y sus seguidores también pretendían poseer la plenitud del Espíritu Santo, que negaban a los Obispos, a los Papas e incluso a los Concilios Ecuménicos. Por eso el protestantismo, por naturaleza, es cuna del pentecostalismo moderno.

El movimiento carismático o pentecostal, fundado por los pastores R. G. Spurling (bautista) y W. F. Bryant (metodista), nació en Carolina del Norte (Estados Unidos).

Además de contar con la asistencia especial del Paráclito y haber sido enriquecidos con sus dones, aseveraban que el Divino Espíritu interviene directamente en la interpretación de la Sagrada Escritura.

Rechazaban todos los dogmas so capa de que el Espíritu Santo inspira directamente a los fieles lo que es necesario creer para la salvación. En semejante contexto no hay lugar para ningún tipo de magisterio, porque la piedad cristiana es vivida entusiásticamente,1 incluso con emotividad y exaltación extremas.

Es lógico que un movimiento de este género condujera al caos. Sin embargo, se niegan a aceptar la evidencia de que el Espíritu Santo no puede producir semejante desorden. Indicado este aspecto, se esforzaron en explicar este fenómeno diciendo que la confusión era inevitable en un movimiento vivo y en expansión. Pero si miramos los organismos vivos que nos rodean, advertimos que la vida sana se desarrolla armoniosamente y produce cosas buenas, mientras que la vida que se desenvuelve caóticamente no puede producir más que monstruos y abortos de la naturaleza.

Y como el árbol se conoce por sus frutos, en el Segundo Concilio Plenario de Baltimore (Estados Unidos) los Obispos católicos pusieron en guardia a los fieles para que no le prestasen ningún tipo de adhesión al carismatismo, prohibiéndoles aún el estar presentes en sus encuentros de oración.

Con todo, hacia el año 1966 el movimiento penetró en la Iglesia de la mano de dos profesores de teología de la Universidad de Duquesne (Pittsburg): Ralph Keifer y Patrick Bourgeois. Se inspiraron en dos obras del movimiento pentecostal protestante: La Cruz y la palanca de cambio, del pastor Wikerson, y Ellos hablan en lenguas, de J. Sherill.

Deseosos de reencender la llama de la fe en los estudiantes universitarios, creyeron que Dios ponía en sus manos un medio providencial. Estudiaron durante algunos meses, releyeron algunos pasajes de la primera Carta de San Pablo a los Corintios y de los Hechos de los Apóstoles, que sirvieron como base teológica al movimiento y, por fin, se dirigieron a un grupo de oración pentecostal protestante para recibir de ellos el “Bautismo del Espíritu”. En enero de 1967 recibieron la imposición de manos y el Bautismo del Espíritu junto al don de lenguas.

Inflamado su entusiasmo, convencieron a los estudiantes de que probasen la misma experiencia, y en el siguiente encuentro de oración el mismo Keifer impuso las manos sobre algunos estudiantes, que súbitamente recibieron el Bautismo del Espíritu con varios dones extraordinarios.

Desde entonces, el movimiento no deja de difundirse, ganando entre sus seguidores a Obispos, Cardenales y millares de religiosos y religiosas, deseosos de experimentar lo que creen que son las emociones del primer Pentecostés.

Es preciso subrayar que no existe un movimiento carismático “católico”. El movimiento es protestante. No ha nacido en la Iglesia Católica, sino que fue importado a ella desde las sectas pentecostales protestantes. ¿Cómo explicar que el carismatismo se haya extendido como un incendio?

La respuesta, pensamos, es ésta: el movimiento carismático promete una conversión y santidad inmediatas. ¿Quién renunciaría a tan preciosos dones a tan poco precio? Es evidente que el engaño diabólico escondido en el movimiento carismático ofusca a la masa de superficiales, que busca un éxito clamoroso y resultados instantáneos, olvidando que el camino de la santidad auténtica y del apostolado eficaz y duradero está hecho de abnegación, silencio, mortificación, humillación, y también de aparentes fracasos.

  • 1Ensusiástico. Del latín. mod. enthusiasticus, "inspirado o poseído por un dios" (RAE).