Recuerdos de infancia, el Priorato de Buenos Aires y su expansión

Fuente: Distrito de América del Sur

Alocución del Padre Rubio en la Manzana de las Luces, durante los festejos por los primeros cuarenta años de la Fraternidad en la Argentina

El actual priorato de la calle "Venezuela" fue la primera casa adquirida por la FSSPX para comenzar su apostolado en Sudamérica. Transcribimos los testimonios de uno de sus primeros fieles que llegó siendo niño a dicha casa sacerdotal y hoy nos habla como prior de la misma.

El tema del título de esta charla es lo que dije yo. Dije qué inconsciente que soy, siempre metiéndome en camisas de once varas. Recuerdos de la infancia puede ser algo muy atrapante. El punto es que algunos pocos tengo, pero era la manera de poder comenzar.

Algunos pocos tengo porque era chico cuando en el '77 Monseñor Lefebvre vino a Argentina. Tenía diez años; un chico de diez años pocos recuerdos tiene. Pero algunos sí se me grabaron más a fuego. Y estos pocos son los que me gustaría compartir. Nuestros amigos, algo más grandes que yo ‒un poco, no más‒ han contado ya sus anécdotas, motivo por el cual, previendo eso, mucho sobre esa materia no voy a entrar. Pero sí me gustaría recordar una de aquellas Misas que Monseñor Lefebvre pudo rezar, en esa semana del 20 de julio de 1977; Roberto Gorostiaga, que era muy amigo de papá, le dijo:

Jorge, capitán -como se le solía llamar-, Jorge me acaban de impedir otro lugar que tenía para que Monseñor pudiese rezar. ¿Podríamos rezarla en tu casa?

Y nosotros vivíamos en el barrio de Belgrano, en Ciudad de La Paz y Zavala, en un séptimo piso, que había sido el inmueble que se había guardado para sí el arquitecto del edificio. El A, B y C era todo un único piso, y estaba pensado que así lo fuese. Así pues en esa Misa vinieron según cuentas de papá y sus recuerdos, unas doscientas personas; allí había venido Seineldín, por ejemplo. Y yo que nunca había acolitado, era medio escurridizo, resulta ser que viene Monseñor Lefebvre, me metieron una sotana, me pusieron a acolitar… era algo que yo no tenía aprendido, no sabía para dónde correr. Así fue que Fernani, otro de los que estaban en el grupo, me puso la sotana (guardo algunas fotos en el Priorato de ese día), y de ahí en más, prácticamente, con la venida de Monseñor, ya papá las cosas claras las tenía, y cuando se instaló la Fraternidad, nunca más ya se volvió al otro lugar.

En esa Navidad del '77 recuerdo cuando papá como una yarará volvió a casa. Había ido a “La Redonda” de Belgrano para la vigilia de Navidad, y había organizado, Monseñor Leaden, un pesebre viviente en la plaza enfrente a “La Redonda”. Pues hasta ahí, parece muy bien. Pero aquella tarde se puso a garuar, y entonces no hubo mejor idea que el pesebre viviente se hiciera en el altar. Papá entra a la iglesia y lo ve al Padre Podestá que estaba confesando y, como marino que era, poco temperamental, se agarró una ira, y lo miró encendido para decirle: ¿Qué cosa está pasando acá? El Padre Podestá lo miró como diciendo: Capitán, no puedo nada. Y entonces salió de “La Redonda” de Belgrano y por desgracia ve venir a un obispo con un paraguas. Entonces papá le pregunta: ¿Usted es Monseñor Leaden?, y él con un aire un tanto rococó, respondió: Así dicen. Cuando papá recibió esa respuesta lo increpó:

-Ustedes son los responsables del caos, de la crisis en la Iglesia. -Pero señor, ¿qué vamos a hacer? Si está lloviendo, ¿dónde vamos a hacer el pesebre?

Papá ya ahí me acuerdo, volvió ese día de Navidad y como dije, prácticamente no pisó nunca más la así llamada “Iglesia oficial”. De ahí empezaron algunas persecuciones en el Colegio Fátima, donde íbamos todos, y por ese entonces quedábamos mi hermana Lisy y yo, pues siempre había un sermón, unas pequeñas palabras, antes de comenzar el día. Y la sonata repetida de que una manzana podrida va a pudrir a todas las del cajón. Amonestaciones por una cosa y por otra, papá entonces se fue a quejar. Sacó a mi hermana Lisy del colegio y al tiempo, antes de que yo corriese la misma suerte, también a mí me sacó.

Por fin, el viejito ya miraba el futuro, y me había propuesto ir a las adoraciones nocturnas del Priorato de la calle Venezuela, recién comprado. Pero un chico de 10, 11, 12, 13 años, bueno, cuando no ha tenido una escuela tradicional ni un contacto con la Misa tampoco, me decía:

Hijo, vamos a la adoración nocturna a las 6 de la mañana; de 6 a 7 hacemos el turno; a las 7, Misa; y después… después nos vamos a tomar un desayuno a Plaza Mayor.

Y entonces, como uno diría:  ¿El desayuno en Plaza Mayor? Sí, vamos. Eso no me lo olvido. Y así fue como, así como se puede hacer, que a través de cosas adaptadas a una psicología menor, me fue llevando y cuando me quise dar cuenta, terminé saltando el alambrado de siete hilos, entrando en el Seminario.

Pero antes de esto, también un grato recuerdo de alguien que no se mencionó todavía, y que mucho ayudó a la Fraternidad: fue el Padre Le Lay. El Padre Le Lay en Córdoba, un gran amigo, un gran resistente, y hay frutos de una hermandad por vez primera con Ricardo Fraga, “Manolo” Fernández y Susana Gordiola, que andaba por acá, hicieron el famoso campamento en Alta Gracia. Los chicos eran los scouts y las chicas las alitas. Ahí estaban las Genís y los Genís, entre otros, los Lima… Primer campamento; ahí sí, un contacto con un sacerdote bien tradicional, todos los días Misa y poco a poco la cosa empezó a decantar. Resulta ser que, bueno, después de algunos años de universidad, dejé los animalitos de cuatro patas para pasar a los de dos, que son mucho más complicados, a decir verdad; dejé la Facultad y entré en el Seminario.

Pero antes de contar esto, me gustaría hacer un racconto para lo cual aproveché a Monseñor de Galarreta; días pasados lo llamé, para que me refrescase aquello que uno lo vio, pero que no lo pudo retener. ¿Cómo fue, cuántos fueron, quiénes fueron aquellos que empezaron a poblar el Priorato comprado con esa generosidad sin igual de Roberto Gorostiaga y de Olga Moreno, a quien tanto les debemos? En primer lugar, nuestro agradecimiento y nuestras oraciones. Allá en el '77, entonces, va a tener lugar la compra del inmueble y va a ser designado el Padre Faure para comenzar el apostolado de América del Sur. Más que Priorato, Venezuela era Sede de Distrito: era la única casa que había en el continente. Era una Sede de Distrito, era un Priorato, era una casa, era una capilla ad experimentum, a ver qué pasaba. Otros esfuerzos sacerdotales aparecieron, como bien dicho está, el Padre Mathet, de la primera época; apareció también por cierto el Padre Castillo, Fernández Krohn, a quien tal vez podríamos olvidar. Con él, con el Padre Mathet, el inolvidable orador, gente que venía a Venezuela a la Misa de 11 para escuchar a Don Raúl Sánchez Abelenda. Para quienes lo hemos podido escuchar, inolvidable. Empezando que nada de Fides, nada de misalito, y Don Raúl: Mis queridos hermanos, vamos a leer el Evangelio… y empezaba a leer el Evangelio y se detenía la traducción: Bueno, porque esta palabra en hebreo, en griego, latín, puede tener… entonces hacía varias traducciones, acababa el tema, no había un galicismo, no habían esas cosas que a veces uno, entredice cuando las lee. Y Don Raúl primero ponía el Misal, lo cerraba, y se mandaba esas predicaciones que sólo él sabía hacer.

Luego se sumaron dos más de talla también sin igual: un sacerdote arqueólogo, poeta, y bien conocedor de la Palestina y Jerusalén, el Padre Russo, y otro infatigable trotamundos, claretiano, erudito de los clásicos y cordobés, el Padre Sarmiento. Allá por el 80, Monseñor viene a la Argentina y ordena sacerdotes a los diáconos Alfonso de Galarreta, hoy uno de nuestros obispos, y Andrés Morello, a quien le fuera confiada durante muchos años la dirección del Seminario. Y por desgracia, en el '89, fue el autor de lo que se llamó en el Seminario, “la revolución”. Nuestro primer año de seminario fue ése, compartiéndolo con un gran amigo que anda por acá, Alejandro Bunge. Recibiendo Morello de nuestro Fundador en vida su reprobación. Ambos dos fueron destinados a fundar el Seminario, empezando primero en nuestro inmueble porteño, para luego trasladarse a La Reja, quienes desde allí, desde el año siguiente, con la llegada de Ecône de los recién ordenados, por un lado yendo al Seminario el tan querido Padre Luis María Canale y por el otro a Buenos Aires el Padre Edgardo Albamonte, para los amigos, el patriarca del Distrito de América del Sur, se encargaron del apostolado de esta Sede en Venezuela, de comenzar los viajes a las provincias de Córdoba, Salta Mendoza y esporádicamente a los países de Paraguay, Colombia, México y finalmente el Perú, sin olvidarse de las capillas que iban naciendo en nuestras provincias bonaerenses: la capilla de La Plata, la capilla de Lanús, con el apoyo de toda la familia sin igual durante tantísimos años de Holofernes López Badra y su familia, la capilla de Laferrère, con el otro apoyo de la otra tan querida familia como son los Molero; la capilla de Martínez, en la casa de los Hernández, de tal manera que el apostolado crecía en Buenos Aires, en la Patria, y en el continente.

Los Padres Ceriani y luego Barthe completaron el número de los Padres argentinos que llegaron; podríamos decir, de esa primera tanda de la casa madre de Ecône, y el otro, de Zaitzköfen. Al Padre Faure lo sucederá en el cargo, en el '85, el Padre, en aquel entonces, de Galarreta, siempre como Superior de Distrito y diríamos un prior a la vez. A Monseñor, al Padre, en ese entonces, lo van a suceder solamente ahora sí en calidad de priores, los Padres primero Juan Carlos Ceriani, hasta el año de las consagraciones episcopales, luego Ernesto Cardozo, hasta el '93, Philippe Pazat sólo en el '94, Carlos Meló sólo en el primer semestre del '95, una vez más el Padre Ceriani hasta finales del '97, para confiárselo a quien les habla, hasta el presente. Y como por ahí algún pícaro se atrevió a decir,

el Padre Rubio -agrego: y la Hermana Julia- son partes del mobiliario de la casa.

En el año '90, se compra y se funda, ahora sí, la Casa del Distrito en la localidad de Martínez; hasta entonces, la Misa se decía en lo de Lito y Blanca, a pocas cuadras de la estación de trenes. El Padre Xavier Beauvais será el reemplazante como Superior de Distrito de Monseñor de Galarreta, quien era Superior de Distrito y también, por lo mencionado en el '89, Director del Seminario, hasta que llegó a reemplazarlo también, el Padre Lagneau, que Dios tenga en la gloria.

Parroquia Inmaculada Concepción, conocida comúnmente como "La Redonda de Belgrano" por su forma circular

Por fin, para poder concluir con esta breve reseña histórica, el simpático Padre Bouchacourt fue su sucesor, trasladando sólo la Sede del Distrito al mítico castillo que tenemos en el día de hoy, que se nos donó, dejando en el otro lugar la capilla que en honor a Nuestra Señora de Fátima se la dio en llamar, y en la actualidad como sabrán, nuestro Superior de Distrito, acá presente, es el Padre Mario Trejo, salteño, viejo amigo y compañero de Seminario algunos años atrás. Cuando era diácono, allá en el 94, acababa de ser elegido por vez primera, primer mandato, Monseñor Fellay como Superior General de la Congregación, envió en visita canónica a su asistente, el Padre Franz Schmidberger, quien en esa vigilia de Cristo Rey, donde todos los diáconos están nerviosos a ver dónde los van a mandar, llegó el turno de darme la nominación. Y él me dijo, con su estilo alemán, no de tantísimas palabras como en el estilo latino:

Usted irá a Buenos Aires.

Y lacónicamente agregó:

Debe ser prudente.

Usted irá a Buenos Aires. Nadie pensaba que iba a ir a Buenos Aires, nadie es profeta en su tierra. Cuando llamé a casa, con permiso, para decir dónde iba, mamá atendió por un lado y papá por el otro. No había celulares, había dos teléfonos en casa, y los dos escuchaban. Entonces les digo:

Bueno, los llamo para darles el destino a dónde voy.

Y mamá, intuitiva pero equivocada, dijo: -¿Te vas a México?-; y papá: -Susanita, ¿qué estás diciendo, cómo vas a decir una cosa así? -Callate, dejalo, escuchalo. ¿Te vas a Córdoba?, porque el Padre Canale, me enteré, que había tirado unas líneas que me quería, había sido mi padrino de ordenación. Y digo:

No, voy a Buenos Aires.

Se quedaron duros, porque era lo último que esperaban, que me quedase acá, y por otro lado, uno como diácono, lo que siempre hace es abrir el panorama para que no vayan a pensar que el nene se va a quedar por acá.

Mi llegada al Priorato no fue en unas circunstancias que uno más hubiese deseado, tal como lo puede presumir un recién ordenado. 1º de enero del 95, voy al Priorato a cantar mi primera Misa. Padre Sánchez Abelenda el predicador. Diácono el Padre Pazat, subdiácono el Padre Meló. Me pongo el amito, le digo:

Esta Misa es por nuestro apostolado, que vamos a hacer.

Y el diácono me dice: No voy a ser su superior. A lo cual respondí: Amén. No se esperan esas cosas, por lo menos, cuando uno sale, del Seminario. Tan rápido las cosas. Los tres primeros años, debo reconocer, no fueron muy fáciles de sobrellevar, con la galería de sacerdotes que habían pasado, y seguían desfilando a la par. Las palabras del Padre Schmidberger eran de frecuente meditación, y creo que jamás las podré olvidar. Una cosa era la prudencia en Santo Tomás, y otra muy lejana era saber aplicar eso a la realidad que me tocaba manejar; que como bien dicho está: del dicho al hecho, hay un trecho. Y el precio hay que pagarlo.

La paz no reinaba. La paz era necesaria, los conflictos se sucedían. Es lo que recuerdo haber empezado, hacia fines del '97, cuando Monseñor Fellay vino de visita a nuestro Priorato, ya sabiendo yo que una vez más había cambio de prior sin saber en absoluto que me tocaría a mí manejar el timón. Con la mochila de mi nuevo cargo, diríamos hoy, mochila de alta expedición y ya sabiendo por experiencia que dicha necesidad excedía completamente la capacidad de cualquier esfuerzo humano, surgió la idea de armar en el Priorato, en el patio de la sacristía, una gruta, y de colocar la imagen de la Virgencita milagrosa, para hacerle la consagración del Priorato con sus bienes y su apostolado, estando seguros de alcanzar nuestra petición. Como no podía ser de otra manera, de ahí en más las aguas fueron tomando su curso hasta alcanzar la bonanza deseada, gracias a Dios, hasta el día de hoy.

Teníamos en aquel entonces el apostolado de las capillas de Lanús, de Laferrère, de La Plata y de Rosario. Era poco. Luego se sumó la de Pablo Nogués y la de la provincia correntina, Curuzú-Cuatiá, levantada por el Padre Beauvais, quien nos la cedió el día que Monseñor Tissier fue para bendecirla, en el '95. Y el incipiente grupo de los mercedeños, que poco a poco fueron tomando vigor hasta levantar, también ellos, una iglesia colonial en honor a Santa Rita de Cassia. De ahí en más, entre herencias del mentado Superior del Distrito y nuevos llamados de la gente, el Priorato se transformaba en un centro de adopción. Así, pues, una capilla en Asunción del Paraguay, que tuvo un segundo centro en el norte, y un tercero en el este; otra cadena de asistencia hacia el sur, un centro nuevo en Guernica, una nueva feligresía en Mar del Plata, para terminar en las pampas de Pichi-Mahuida, sin olvidar el centro de Huanguelén. De Paraguay hasta las pampas era el apostolado que se hacía desde el rancho cué,1 y como si todo fuera poco, un buen día, no voy a decir quién, pero un buen día se nos pidió de arriba ya que poco trabajo teníamos para hacer, que mensualmente fuésemos a colaborar hasta que se lograse la fundación, que el año pasado tuvo lugar, con la feligresía de Corrientes capital. Era para cantar “¡bingo!” y brindar.

En lo tocante a las vocaciones, de Buenos Aires, del Priorato, de su apostolado, poco a poco vinieron a aflorar. El Padre Gentili, oriundo de La Plata, uno de los primeros en despuntar. Los Padres Olmedo, de zona norte, no se hicieron esperar. Luego los Padres Arzuaga, del Gran Buenos Aires, y García Gallardo de La Pampa, no se quedaron tampoco atrás. Yo, que era mitad de acá y mitad de allá, y un poco antes el Padre Javier Conte, al mismo corral vinimos a parar. Posteriormente se hizo apreciar el Padre Leandro Blanco, con su tinte militar. De Lanús, como refería Holofernes, tuvieron lugar tres vocaciones: el Padre Nicolás, y de la familia González ‒cuya mamá está acá‒ un monje franciscano y una religiosa para la Hermandad. El Padre Aníbal Götte, gracias a un apostolado ocasional, el Padre Felipe Echazú y una hija de la familia Santillán, ambos dos mercedinos de Buenos Aires, también entraron en la vida religiosa. El Padre Albisu y su hermana Marcela, así como los Padres Rivero, los cuatro del nuevo Priorato de Martínez, se hicieron también notar. Dos apellidados Véler, primos los dos: el Padre Marcelo y la Hermana Cecilia, brotaron, como diría el folclore, de mi Corrientes porá. Y en la actualidad, los flamantes subdiáconos: el Agustín Rovagnatti y el Pablo Bianchetti… el duelo, una vez más, entre Zona Norte y esta Capital, para por fin coronar estos hermosos regalos del Buen Dios con Marcelo Liviera, nuestra primera vocación del Paraguay y el Santiago Gigena, que entró en el año de espiritualidad.

El centenario inmueble de nuestro Priorato no dejó, cual mujer celosa, de reclamar su atención. Cuando se lo compró no era como ahora quedó: tenía una fachada con la puerta actual y, en donde están las rejas con el atrio, había primero una enorme persiana de metal que se enrollaba, ya que esto era un depósito ancestral. El Padre Cardozo comenzó con un trabajo de refacción: la sacó, levantó un muro y le puso una puerta en semejanza a su par, pero era todo un lío hacer entrar a las novias en sus bodas y los cochecitos de los bebés. En el interior también sufrió una paulatina metamorfosis: al inicio se rezaba la Misa en el primer piso; luego, en la planta actual. De caja de zapatos poco a poco fue tomando su forma final, que sin llegar a ser la catedral de Luján, tampoco nos quedamos demasiado atrás. Ahora las novias pueden entrar sin dificultades a la capilla, y si hay mellizos, también pueden ingresar cómodos. Los vitreaux de los techos y sus molduras le dan un aire a las claras basilical, y para qué les voy a contar del altar, ¡con su santuario y su comulgatorio de mármol!

Un día, un antiguo Superior al entrar en mi cuarto para charlar, me dijo: ¿Usted no se deprime en este lugar? Y otro, de mayor delicadeza y dignidad, agregó: Hacé lo que puedas para arreglar esta casa, de modo que estés cómodo y no te quieras alejar de ella. Así pues, no sólo la capilla, sino todo el Priorato se pudo ir refaccionando poco a poco: los cuartos, la clausura de la Hermana, las paredes de las escaleras, el Salón “Malvinas Argentinas”, la parrilla y ahora nuestra terraza caté, invitan a tomar unos mates, a caminar un rosario o a disfrutar un asadito.

La Comisión de Ayuda “Santo Cura de Ars” que se nos vino a conformar con las damas, fue una ayuda providencial para poder realizar las tantísimas obras, y procurar tantos otros beneficios. A ella se le debe la creación de nuestra Librería, y durante más de tres décadas su manutención, inmejorable medio de difusión para la formación verdadera. Es imposible no mencionar al matrimonio Quantín: Norberto como pionero en los contactos con Monseñor, y constante apoyo y benefactor, y Margarita, hasta el día de hoy es el alma mater y diríamos toda una institución.

No obstante, como en este rancho las obras son “de no acabar”, hemos podido formar un grupo variado de trabajo, al que hemos venido a llamar Ora et Labora, para que los hombres ‒chicos y grandes‒ vengan a ponerle manos a la obra. Asimismo, bajo la égida de la Hermana Julia, se ha podido enrolar un batallón de señoritas: han aprendido a fabricar las hostias… el Padre Ecónomo contento de no tener que gastar; las anima un espíritu antirrevolucionario y, con el nombre de Siervas de Belén las hemos bautizado.

Gracias a Dios no sólo la vida exterior, sino la interior tampoco vino a quedar en falta. Entre cursos de idiomas, catecismos, historia sagrada y alguno que cada dos por tres se aprovecha para que nos venga a brindar de su cosecha. Los niños tampoco están olvidados: gracias a la Cofradía San Esteban que los viene a englobar; los jóvenes en la Legio Macabea Christi tienen también su existencia, formación, apostolado y piedad; y los jóvenes matrimonios son también un grupo que se ha podido ir conformando.

Los Superiores o vicarios que en tantos años han ido pasando por el Priorato, algunos, por desgracia, fueron a tomar otros rumbos. Otros, están muy altos, y hasta a Menzingen han ido a parar. Y otros perseveran en la Hermandad, aunque la Providencia dispuso que debían continuar su apostolado en otra trinchera. A los que se fueron, y hemos podido, quién más, quién menos conocer, empezando por el Obispo que me confirió el Orden Sagrado, no dejemos de recordarlos en las oraciones y quedémonos con aquellas cosas, con aquellos ejemplos, con aquellos consejos que nos hayan podido ser de ayuda en la vida espiritual. De los que ‒por la Gracia de Dios‒ están en la Hermandad, pues tampoco dejen de rezar por ellos, para que en nuestro diario trajinar nos sigan ayudando, y que vuestro apoyo no les vaya a faltar: que cuidar a los curas es hacerlo con el Señor, y la mejor manera de manifestarles nuestra gratitud y confianza filial.

Con estas ideas voy cerrando mi somera exposición: que, si veinte años no es nada, como dice nuestro refrán, los cuarenta que hoy festejamos son la mitad: a ver si nos da el cuero para duplicar la apuesta y cantar el retruco, en esta casa, como prior, y en alguna iglesia de Buenos Aires podamos continuar la Tradición.

  • 1Cué significa "viejo", "antiguo". Es voz frecuentemente usada en Corrientes (Nota de la Redacción).