Sermón de la misa de la peregrinación a Nuestra Señora de la Salud de Bojacá

Fuente: Distrito de América del Sur

Santuario de Nuestra Señora de la Salud de Bojacá, Colombia

¡Oh! En qué torrentes de lágrimas, en qué dolores se ve sumergida la dolorosa Virgen María mientras sostiene en sus brazos y contempla a su Hijo enclavado en sangriento madero.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Queridos fieles, queremos agradecer en mi nombre y en el de todos ustedes aquí presentes al Padre Emilio Quintero, Superior de la casa, a los sacristanes, por habernos acogido en este hermoso templo y permitirnos cantar esta Santa Misa con el rito Tridentino, rito en latín; y también agradecemos a todas las autoridades del pueblo que están acá, que de una u otra manera han permitido que se desarrolle esta actividad, esta peregrinación. Agradecer a Dios y a la Santísima Virgen, a la Virgen Madre de la Salud, que proteja y bendiga a todos los presentes para que a través de su intercesión podamos llegar algún día a la vida eterna.

Esta Misa la ofrecemos por todas sus intenciones, por sus dolencias espirituales y físicas, corporales, falta de salud física, pero lo más importante la falta de salud espiritual. Pedir a la Virgen Santa la santidad, la salvación eterna.

Cantamos la Misa, con privilegio, de los siete dolores de la Santísima Virgen, ya que el hermoso cuadro milagroso que aquí se conserva, en el altar lateral,  y se venera desde 1757, aquí, este cuadro representa a la Santísima Virgen Dolorosa con sus siete espadas de dolor que atravesaron a ese Corazón Inmaculado que tanto amor ha derramado en la Pasión de su Hijo divino por todos nosotros. Siete dolores contempla la iglesia; los resume en siete: La profecía del anciano Simeón; la huida a Egipto; el Niño perdido y hallado en el templo; cuando nuestra Señora se encuentra, camino al calvario, con su Divino Hijo, nuestro Señor, con el peso de la cruz; cuando María Santísima contempla a su Hijo muriendo en la cruz; cuando recibe el cuerpo al ser bajado de la cruz; cuando se despide nuestra Señora de los despojos de su Divino Hijo en el sepulcro.

A través de estos siete dolores, la Virgen nos ha dado a luz con dolor, sobre todo al pie de la cruz, convirtiéndose en la Virgen Corredentora. El Redentor en la cruz, la Corredentora al pie de la cruz, dándonos con un corazón generoso, a todos nosotros, a su Divino Hijo. ¿Para qué?, ¿Por qué?  Por la salud de nuestra alma, por nuestra salvación. Nadie era digno de entrar al cielo sino moría el Hijo de Dios. Esta salud no es nada más ni nada menos, justamente, que la salvación eterna a través del plan de redención que se realizó en el Calvario y se perpetuó en la misa. Cada misa es ese Viernes Santo. En cada misa el corazón de la Virgen se traspasa de dolor por nuestras infidelidades, por nuestros pecados.

Dice San Bernardo que el martirio de la Virgen se manifestó tanto en la profecía de Simeón como en la historia de la Pasión de nuestro Señor. Le anunció el anciano Simeón este dolor:

Este Niño ha sido puesto como señal de contradicción y una espada de dolor atravesará tu alma.1

Y verdaderamente la cruel lanza que hirió el costado de Nuestro Señor también atravesó el alma de nuestra Señora con una espada. No es, por lo tanto, exagerado llamar a la Virgen “mártir” ya que en Ella el sentimiento de la compasión, del dolor, excedió mucho más que cualquier dolor sensible que se pueda imaginar. Madre dolorosa.

Las últimas palabras de nuestro Señor, que hemos leído en el Evangelio de hoy, fueron el testamento en cierta manera, de nuestro Señor, y para el alma de la Virgen Santa fueron palabras más agudas que la espada, las que salieron de la boca de nuestro Señor. Atravesaron su alma cuando escuchó desde la cruz: Mujer, he ahí a tu hijo.2

El martirio de nuestro Señor tuvo su origen en una caridad imposible de superar y el martirio de María tuvo su origen en una caridad que después, de la de Jesús, no tuvo igual.

Mártir de amor por nosotros, mártir por el dolor que le causó nuestra salvación.

La Madre Dolorosa estuvo de pie junto a la cruz cuando sus mismos sacerdotes, sus mismos fieles huían. Ella se mantenía allí, intrépidamente, con un valor inalterable en la prueba, en la cruz. Sus ojos llenos de ternura contemplaban las heridas de su Hijo, aquellas heridas de las cuales sabía que había de brotar la salvación de todos, la salud de todos.

La Virgen no tenía miedo por su propia vida delante de los verdugos de su Divino Hijo. El Hijo pendía de la cruz y la Madre lo ofrecía junto con sus dolores.

He aquí a tu hijo; he aquí a tu Madre.3  Palabras de Dios y desde lo alto de la cruz.

Cristo nuestro Señor, entonces, con estas santas palabras, nos dio a su Santísima Madre para que la imitemos, para que la invoquemos, para que interceda ante su Hijo divino por nuestra salvación eterna.

Pidamos, entonces, a nuestra Señora de la Salud, nuestra Madre, nuestra Corredentora, nuestra Mediadora de todas las gracias; permanecer firmes, perseverantes como Ella junto a la cruz que es símbolo de nuestra vida en este valle de lágrimas, Junto con la Madre de nuestro Señor y nuestra Madre la Santísima Virgen, para que luego venga la esperanza, la resurrección. Después de la cruz, la pascua eterna, el cielo, la dicha sin fin.

Ave María Purísima.

  • 1Lucas 2, 34-35
  • 2Juan 19, 26
  • 3Juan 29, 26

El Padre Javier Conte, Prior de Bogotá, Colombia