En Vasos de Barro

Fuente: Distrito de América del Sur

HABEMUS AUTEM THESAURUM ISTUM IN VASIS FICTILIBUS.

Llevamos este tesoro en Vasos de Barro

                Por dondequiera que se extienda la verdadera civilización, nada hay más grande ni más elevado sobre la tierra que el  hombre verdaderamente católico; con él llega a todas partes, por su presencia y su conducta, la verdadera noción de Dios y se hace manifiesto a los demás el fin sobrenatural del hombre.

                Desde que el Apóstol San Pablo fuera encargado de traer al Occidente pagano esta nueva doctrina de una sola fe, un solo bautismo, un solo Señor, se comenzaron a poner los fundamentos de una nueva civilización, frente a la que tuvo que retroceder la barbarie, desaparecieron las antiguas instituciones paganas llegándose a ver un día a la misma civilización greco-romana rendir sus armas ante la Cruz del Salvador.

                De las aguas vivas del Evangelio surgió un nuevo orden y un nuevo derecho que por sí mismo se sobrepuso al derecho de los pueblos gentiles.

                La  civilización cristiana que germinó a partir de la vida católica no ha sido en última instancia, más que el producto del bautismo instituido por Ntro. Señor Jesucristo: id y enseñad a todas las naciones a cumplir lo que yo os he mandado, bautizándolas en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo.

                De esta única fuente es que nacieron las más perfectas las virtudes y muchas  veces las más heroicas, porque por el bautismo el cristiano es el depositario del elemento de santidad que Jesús ha derramado con su gracia en la naturaleza humana, santidad que depositada en su alma como una semilla el día de su nacimiento sobrenatural, pugna de por sí fructificar para la vida eterna.

                Eso es lo que Cristo nos mandó en una de sus tantas predicaciones, “sed santos porque Vuestro Padre Celestial es Santo”, y este deber de santificarse no se resuelve de otro modo que cumpliendo las obligaciones concretas de cada día – el deber de estado -, las obligaciones adaptadas a la situación social actual de cada uno.

                Y la razón es la formulada por San Pedro: el cristiano es como extraño y peregrino en este mundo, y debe luchar siempre contra las fuerzas del pecado que se insinúan hasta en uno mismo, y guardar, en medio de la sociedad en que vive – cuanto más agregamos, en esta época que se ha vuelto apóstata y anticatólica – debe guardar una conducta ejemplar digna de su condición de hijo de Dios y heredero del cielo.

                Este ideal cristiano se alimenta de una sola fuente de valor infinito y siempre eficaz que se renueva todos los días desde el Jueves Santo: la Misa de siempre, que es la Redención del hombre rediviva en los altares por hombres elegidos por el mismo Dios para eso: los sacerdotes.

                Ella es la herencia que Jesucristo no ha dado, es su Sacrificio, su Sangre y su Cruz, y fue el fermento de toda la civilización cristiana y de todo lo que debe llevarnos al Cielo.

                Por eso insistía Monseñor Lefebvre: “¡GUARDAD LA MISA DE SIEMPRE! Y veréis volver a florecer la civilización cristiana, civilización que no es para este mundo, pero es la civilización que lleva a la ciudad católica, y esta ciudad católica es la ciudad católica del Cielo que ella prepara. Ella no está hecha para otra cosa, la ciudad católica de aquí abajo, no está hecha para otra cosa más que para la Ciudad Católica del Cielo...”

                Si los acontecimientos mundiales que nos tocan vivir parecen mostrarnos difícil este resurgir de una civilización cristiana hoy extinguida, no deja de ser verdad que la Misa de siempre es y será hasta el fin del mundo, lo que quiso Cristo: la renovación del acto Redentor, su Sacrificio, su Sangre y su Cruz, por cuyo ofrecimiento el hombre arrepentido es perdonado de sus pecados y devuelto a su condición de hijo de Dios. Y por eso es que debemos guardarla cueste lo que cueste.

                El mandato de Cristo en la última Cena, “Haced esto en conmemoración mía”, celebrad la Santa Misa,  no tiene plazo de caducidad; es una orden que permanece por los siglos de los siglos hasta el fin del mundo porque  ella es la más bella expresión, la más profunda, la más real de nuestra dependencia de Dios. Cuando nos arrodillamos ante la cruz, cuando nos arrodillamos ante el altar en que ha bajado Cristo en la Eucaristía, profesamos nuestra absoluta dependencia de Dios.

                Debemos persuadirnos de que la Misa entonces, no es sólo el acto religioso más importante, sino la fuente de toda la doctrina católica, la fuente de la fe, de la moral individual, familiar, social. De la Cruz continuada sobre el altar descienden todas las gracias que permiten a los hombres y aún a la sociedad, vivir cristianamente, perfeccionarse en el camino de la virtud; secar esta fuente, abandonarla, significa extinguir todos los efectos y llevar a los hombres a la peor de las hambres.

                Sólo a través de ella puede el hombre hacer verdad ese otro mandato de Nuestro Señor: “el que quiere venir en pos de mí que se renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga”.

                Cada día la Misa nos recordará que como católicos, siendo otros Cristos, debemos sufrir como El para entrar en la gloria, y ella, la Misa de siempre, nos dará fuerzas para asemejarnos a Él.

                Pero hoy ocurre algo impresionante, una veda religiosa, una prohibición de hecho más que de derecho de participar los fieles de la misa por razones de una peste mundial…

                Parece volver a ser verdad las palabras de Cristo en el evangelio de este domingo tercero después de Pascua: “dentro de poco ya no me veréis”… ¡SI, NO TENEMOS LA MISA… NO LA GUARDAMOS…NO LO VEMOS!

                El Señor debe alejarse; pero sus palabras parecen contradictorias con aquellas otras dichas también a los Apóstoles: “yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”

                Hoy, como ayer y siempre Jesús, no miente ni engaña, y viendo la ansiedad que consume muchas almas ante la imposibilidad de asistir a misa, Él, en el mismo Evangelio nos vuelve a decir, no temáis, pequeña grey, “dentro de poco me volveréis a ver”.

                Sin duda lee nuestros pensamientos y la angustia de las almas, y nos vuelve a recordar con esas palabras, que su alejamiento hoy es momentáneo como lo fue el de la pasión, para retornar con la alegría de la Resurrección, el gozo de que pronto – Dios sabe cuándo – podremos tener de nuevo la santa Misa.

                 No hay cosa mejor para darse de lleno a la esperanza cristiana, nada trae más paz al alma que seguir las perspectivas que nos abre el Salvador en esas palabras suyas hoy: “dentro de poco me volveréis a ver”.

                Pero nuestra fe es débil y llevamos este tesoro en vaso de barro, frágil y quebradizo.

                Por eso algunos se angustian, otros se entristecen como sin esperanza y en fin, los menos reclaman la restitución de la Misa haciendo malas comparaciones y como si los sacerdotes de la Fraternidad hubiéramos dejado de cumplir nuestros deberes, o debiéramos obrar contra la obediencia y lo que pide la prudencia. ¡Visión injusta y falta de una perspectiva sobrenatural…! Tratemos de elevar la mirada de nuestras almas: ¡sursum corda!

                Enseña San Pablo que el sacerdote cumple una doble misión: dar culto a Dios, esto es, rendirle la adoración debida, y la de rezar por los pecados de los hombres… Ambos deberes los realiza por medio de la santa Misa, y es lo que no hemos dejado de hacer desde el día de nuestra ordenación por monseñor Lefebvre…todos los sacerdotes de la Fraternidad;  que para eso fundó nuestra bendita Cogregación.

                Y claro que los sacerdotes sufrimos y nos preocupamos porque que los fieles no pueden estar presentes en la misa, pero no por eso nuestra Misa de cada día los ignora u olvida: “Orate fratres: ut meum ac vestrum sacrificium accepábile fiat apud Deum Patrem omnipotentem” rezamos en un momento del santo sacrificio, orad hermanos, a fin de que mi sacrificio y el vuestro sea aceptado en el acatamiento de Dios Padre omnipotente…, y también rezamos aquella otra oración del canon: “acuérdate señor de tus siervos y siervas… por los que te ofrecemos o que te ofrecen este sacrificio de alabanza, por sí y por todos los suyos… y que también te tributan sus homenajes a Ti, Dios eterno, vivo y verdadero”.

                ¡Ah!, pero insisten algunos, queremos, necesitamos estar en la Misa.

                Es claro que sí…  pero entendamos que el culto tiene como primer referente a Dios mismo, es adoración y acatamiento al Dios verdadero realizado ¿por quién?, por el mismo Cristo…y, subordinado a Él en unión con Él es para los fieles. En ambos modos  eso lo cumple el sacerdote, que es ministro de Cristo y representante de los fieles. Y por eso podemos decir con plena verdad que el culto católico sigue estando presente en nuestras capillas en estos tiempos de pandemia. Y por eso creo que queda bien claro que nosotros no sólo conservamos la fe y bien firme y viviente, sino que también en nuestras capillas no se ha dejado de celebrar un solo día la Santa Misa de siempre. Los templos también nos pertenecen. Es lo que hace todo sacerdote de la Fraternidad, sin hipocresías ni cobardía.

                Cada uno de ellos no es un francotirador que siga su propio criterio, todos los sacerdotes de la fraternidad somos parte de una Congregación jerarquizada, con reglas y directivas dadas por Superiores prudentes, que tienen una visión más completa que la de cada uno de nosotros. Debemos obediencia mientras no se nos pida nada que ponga en juego la fe, o pretendan obligarnos a cometer un pecado.

                Para tomar las medidas que se han tomado se fue por etapas, y al día de hoy hemos visitado ya a todas las familias llevando la confesión y el Ssmo…

                Por ahora, la Misa con asistencia de fieles no es posible…

                También lo fue en otras muchas ocasiones para los católicos en el curso de la historia…

                Valga aquí traer al recuerdo de tiempos y circunstancias parecidas debieron afrontar nuestros antepasados en la fe, quizás por razones diversas, pero en definitiva quedando privados del santo sacrificio y en ocasiones por años, padeciendo además sufrimientos peores que los que Dios permite en esta época para nosotros.

                Comencemos trayendo a la memoria lo que ha enseñado Monseñor Lefebvre. En una de sus obras (“El golpe Maestro de Satanás”) dice así: en primer lugar el estar privado de la Misa de siempre no nos debe llevar a asistir a la Misa nueva (hoy también impedida, gracias a Dios), y agregaba: “es mejor no asistir sino una vez al mes a la verdadera Misa y si fuera necesario incluso de manera más espaciada todavía, antes que participar en un rito que tiene sabor protestante…”

                Y también en otra de sus obras (“Carta a los Católicos perplejos”) decía: “el católico de hoy puede encontrarse en las condiciones de práctica religiosa de los países de misión, donde los habitantes de algunas regiones no pueden asistir a Misa más de 3 ó 4 veces al año. Los fieles de nuestro país [en cambio], en los lugares donde aún pueden hacerlo, tendrían que hacer el esfuerzo de asistir una vez por mes a la Misa de siempre, auténtica fuente de gracia y de santificación”.

                Y en la biografía de monseñor Lefebvre, su autor, monseñor Tissier de Mallerais, escribía estas palabras: “los sacerdotes realizan su apostolado en los alrededores asegurando la misa y el catecismo en capillas cercanas, o en «misiones» alejadas que visitan cada semana, cada mes o cada dos o tres meses, «como se hacía en África»”, y traía enseguida el recuerdo de estas palabras de Monseñor Lefebvre:

                “Los padres [de familia] explicarán entonces por qué no pueden tener sino una Misa por mes y el motivo de hacer un largo viaje para asistir al Santo Sacrificio una vez cada treinta días. En las misiones visitábamos a los fieles una vez cada tres meses. En América del Sur, siendo yo Superior General, fundé un pueblecito en Paraguay que se llamaba Lima (no la capital de Perú) y cuando yo llegué allá se les visitaba una vez por año. En la región del Amazona, donde nuestros religiosos tenían también misiones, algunos pueblos se visitaban sólo cada tres años, y sin embargo esas gentes conservaban la fe. Rezaban, los domingos se reunían, había catecismo, alguien que actuaba de presidente los convocaba, y no como sucede ahora para disminuir la importancia del sacerdote, reemplazándole por un seglar, sino para darle al sacerdote toda su importancia”.

                Y terminaba diciendo monseñor Lefebvre: “Puesto que no disponían de un sacerdote y deseaban rezar y santificar el domingo, los sacerdotes les señalaban las oraciones oportunas y el Evangelio que debían leer, y así de esta forma rezaban, estaban reunidos, meditaban, cantaban, hacían comuniones espirituales, pensaban en las Misas que se celebraban en todo el mundo lejos de su tierra”.

                Puede pues conservarse la Fe sin ir a Misa todos los domingos… Aprendamos estas lecciones inefables y pongamos nuestra esperanza en Dios…, y pidamos la gracia de que pronto podamos volver a asistir a la Misa.

                Pero recordemos todavía algo más.

                En los primeros siglos, y luego en las guerras de religión, en la revolución francesa, en la comunista, en la guerra cristera de México,  y en la guerra civil española, ¡nuestros antepasados en la fe, también debieron afrontar y por largos años, toda clase de persecuciones, soportando también privaciones, cárceles, destierros, perdidas de todos sus bienes y aún la misma muerte, por amor a Cristo, haciéndose uno con Él! Y muchas veces sin el consuelo de la Misa, sin el consuelo siquiera de la comunión sacramental…

                Ellos hicieron suya la invitación del Señor, ¡el que quiere venir en pos de Mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga!, para alcanzar lo que Cristo alcanzó por su Pasión…

                No nos quejemos entonces en estos días de no tener la Santa Misa; redoblemos por el contrario nuestras oraciones para que pase pronto esta prueba…y que Dios nos de la virtud de la serenidad y de la paciencia…

                Les recomiendo en fin para los que puedan, leer o escuchar el sermón del segundo domingo de Pascua del Padre Cortés sobre este tema…

                ¡Que Dios los bendiga a todos…, y que la Ssma. Virgen los proteja bajo su manto…!