Visita a la Roma de la Pasión y misa solemne en la Basílica de San Sebastián

Fuente: Distrito de América del Sur

Sermón del padre Cortés en la Basílica de San Sebastián

Continuamos con nuestra peregrinación por Roma. Esta vez, la Roma de la Pasión. Acompáñenos por las catacumbas de San Calixto y las Basílicas de San Sebastián, de San Juan de Letrán y de la Santa Cruz de Jerusalén.

El 26 de agosto nuestra peregrinación visitó las Catacumbas de San Calixto. Las mismas comenzaron a existir a mediados del siglo II, y a comienzos del siglo III, por orden del papa Ceferino, comenzaron a ser administradas por el diácono Calixto, quien más tarde será el papa y mártir San Calixto, de quien llevan el nombre. Dichas catacumbas se convirtieron en el cementerio oficial de la Iglesia en Roma en tiempos de persecución.

Las Catacumbas de San Calixto están en un predio de quince hectáreas y el cementerio subterráneo tiene galerías de hasta veinte kilómetros de longitud. Cavada en varios pisos, la profundidad puede llegar a los veinte metros. En ellas fueron inhumados los cuerpos de decenas de santos mártires y uno de los mayores atractivos de la visita es la “Cripta de los papas”, una pequeña capilla subterránea donde todavía hoy se puede celebrar la Misa y que albergó los cuerpos de dieciséis sumos pontífices.

Luego de la visita, continuamos a pie por la “Via Appia” hasta la Basílica de San Sebastián dónde se celebró la Misa solemne.

El padre Joaquín Cortés, en el sermón, comparó las galerías de las catacumbas con las venas de un cuerpo por las que corre la sangre de los mártires, unida a la Sangre de Nuestro Señor, que vivifica a la Iglesia.

Después del almuerzo, los peregrinos se dirigieron a la Basílica del Santísimo Salvador (San Juan de Letrán) donde cantaron el Credo ante el altar de la confesión de la Catedral de Roma. En ella pudieron venerar la cuna del pesebre de nuestro Señor.

También pudieron visitar nuevamente la Basílica de Santa Práxedes, donde se había celebrado la primera misa solemne de nuestra visita en Roma, y la basílica de la Santa Cruz de Jerusalén.

En esta última se pueden venerar, en la capilla de las reliquias, los fragmentos más grandes de la Santa Cruz de Nuestro Señor, un clavo de la crucifixión, dos espinas de la sagrada Corona, el título INRI, el patíbulo de la Cruz de San Dimas (el buen ladrón) y el dedo incorrupto del apóstol Santo Tomás, con el que tocó las llagas de Nuestro Señor resucitado.  También se puede acceder a la capilla de Santa Helena que está construida sobre tierra del calvario, que también se puede ver a través de un vidrio puesto en el suelo.