Dec. 2013 - Carta a los Amigos y Bienhechores n°81

Queridos amigos y benefactores:

En este fin de año conviene echar una mirada sobre los principales acontecimientos de la Iglesia y de la Fraternidad para sacar las lecciones que nos permitirán contribuir al progreso del reino de Nuestro Señor Jesucristo.

En este análisis de la situación actual no olvidaremos que “todo está en las manos” de la divina Providencia, que, sin disminuir la libertad de los hombres, dispone infaliblemente todas las cosas para que cooperen al bien de los que aman a Dios (cf. Rom. 8, 28). Por ende, esto no nos dispensa en nada de nuestras obligaciones, ¡todo lo contrario! ¡“La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto”! (Jn. 15, 8)

Me parece que es necesario evocar una vez más la dimisión del Papa Benedicto XVI y la elección de su sucesor, el Papa Francisco. El soberano pontífice venido de Argentina se presentó desde los primeros días como muy diferente de todo lo que habíamos visto hasta ahora. La reciente Exhortación apostólica Evangelii gaudium ilustra (…) lo difícil que es comprender a una persona que no encaja en los cánones acostumbrados, que no duda en formular críticas vehementes y repetidas al mundo contemporáneo y a la Iglesia moderna. Enuncia muchos verdaderos problemas; pero podemos preguntarnos sobre la eficacia de las medidas preconizadas y dudar de su realización. No es fácil curar un enfermo moribundo, ¡y ciertos tratamientos más revolucionarios todavía que los empleados a tal efecto podrían acabar con él! No les ocultamos nuestros temores respecto del futuro de la Iglesia según una vista humana. Creemos firmemente en la asistencia del Espíritu Santo prometida a la Esposa de Cristo, pero sabemos que ella no impide que los hombres de Iglesia puedan realmente perder las almas conduciéndolas al infierno.

A primera vista, no se podría decir que los meses transcurridos del nuevo pontificado hayan mejorado esta situación.

Al par que conservamos la esperanza de que un reencauzamiento auténticamente inspirado por Dios sucederá algún día, la realidad de los sufrimientos espirituales de la Iglesia militante se mantiene como tal. ¡Muchos de sus miembros ignoran hasta lo que se pone en juego en sus vidas! A comienzos del siglo XX San Pío X decía que la primera causa de la pérdida de las almas era la ignorancia religiosa, el desconocimiento de las verdades de la fe. Esto se ha agravado tanto por la disminución del número de sacerdotes, que se hace sentir gravemente no sólo en Europa y en otras partes, como por la formación dispensada en los seminarios. El cambio de Papa no ha modificado en nada esta situación desastrosa, y la reafirmación de las lamentables orientaciones del Concilio Vaticano II nos hacen temer que como las mismas causas producen los mismos efectos, la situación global de la Iglesia católica siga siendo dramática, y que no tenga visos de mejorar. Las canonizaciones de los dos papas estrechamente ligados al desarrollo y a la aplicación del Concilio Vaticano II no arreglarán las cosas. Además, los recientes anuncios de la descentralización del poder pontificio – de su dilución en una colegialidad mayor –, aplaudidos por los peores modernistas, como Hans Küng, no hacen sino aumentar nuestros temores para el futuro.

En medio de estas preocupaciones, el bien de la Iglesia toda debe permanecer caro a todo corazón católico. Los progresos de nuestra Fraternidad cuya realización nos está a la vista, son una causa de alegría y de acción de gracias y la prueba en los hechos de que la fidelidad a la fe y a la disciplina tradicional produce siempre los frutos benditos de la gracia.

Los 43 nuevos seminaristas ingresados en octubre en nuestros seminarios del hemisferio norte y los aproximadamente 120 seminaristas en formación en nuestras casas, son una verdadera consolación. En los Estados Unidos avanza mes a mes la construcción de un nuevo seminario más grande y más bello en Virginia. Si todo va bien, a partir de 2015 esta casa abrirá sus puertas para continuar la obra de formación sacerdotal tan necesaria, que se lleva a cabo actualmente en Winona, Minnesota.

Durante este tiempo nuestros queridos sacerdotes recorren el mundo hacia nuevos fieles que nos descubren y nos piden ayuda. Los sacerdotes nombrados en América Central y en África no bastan para las misiones que hemos establecido en Costa Rica, Honduras, Nicaragua, El Salvador; en África, Gana, Tanzania, Zambia, Uganda reciben la visita regular de nuestros misioneros, pero ello es tan poco para saciar la sed espiritual de tantas y tantas almas… ¡Señor, danos sacerdotes!

En un mundo cada vez más hostil a la observancia de los mandamientos de Dios, debemos preocuparnos verdaderamente por formar almas bien templadas, que tomen en serio su santificación y su salvación. Eso nos conduce naturalmente a dar una gran importancia a nuestros colegios y a su desarrollo. En estas obras de formación invertimos la mayor parte de nuestros recursos y energías, tanto humanas como materiales. En el mundo entero sacerdotes y religiosos se consagran a la tarea magnífica de la educación y de la enseñanza católicas en más de un centenar de establecimientos.

Bien conscientes, queridos fieles, que la salvación de un alma se prepara desde la cuna, luchamos con todas nuestras fuerzas para conservar el tesoro del hogar católico, foco de santidad en medio de un mundo decadente que sólo puede conducir las almas al infierno. Sopesamos bien y compartimos las preocupaciones de los padres de familia, que han comprendido que la salvación de las almas de sus hijos no tiene precio. Sí, hay que estar dispuesto a sacrificar todos los bienes temporales – hasta a dar su propia vida –, para asegurar la eternidad bienaventurada de un alma.

Sabemos que hay algo de sobrehumano en lo que se pide a un católico hoy en día. El apoyo tradicional que antaño se podía encontrar en la organización cristiana de la sociedad temporal es ahora inexistente. En todas partes vemos una vorágine de errores en el ámbito de la fe – hasta la herejía –, un relajamiento de la moral – en particular por el abandono de las leyes del matrimonio y de la familia –, y una tibieza sin precedente de la vida cristiana. La nueva liturgia deja muchas almas exangües… ¡Jerusalem desolata est! También en este ámbito, las obras de la Fraternidad son como un oasis en el desierto, como islotes en medio de un mar hostil.

En este contexto dramático nos parece muy necesario lanzar una nueva cruzada en el mismo espíritu que las precedentes, teniendo ante nuestros ojos los pedidos y las promesas del Corazón Inmaculado de María tal como fueron expresadas en Fátima, pero insistiendo sobre todo en esta oportunidad sobre su carácter universal. Debemos poner todo nuestro corazón, toda nuestra alma en esta nueva cruzada: no debemos contentarnos con la recitación diaria del rosario, sino que debemos cumplir cuidadosamente el segundo punto pedido por nuestra Señora, que es la penitencia. Oración y penitencia. Penitencia, entendida ciertamente como la aceptación de ciertas renuncias, pero sobre todo como la realización fidelísima de nuestro deber de estado.

Por eso esta cuarta cruzada se apoyará sobre aquella querida por Mons. Marcel Lefebvre desde 1979. Una cruzada centrada en la santa Misa que es la fuente de toda gracia, de toda virtud. En el sermón de su jubileo sacerdotal, en Paris, nos llamaba con fuerza a esta triple cruzada: cruzada de los jóvenes, cruzada de las familias, cruzada de los jefes de familia para una civilización cristiana.

Nuestro venerado fundador declaraba entonces:

 

Creo que puedo decir que debemos hacer una cruzada apoyada en el santo Sacrificio de la Misa, en la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, apoyada en esa roca invencible y en esta fuente inagotable de gracias que es el santo Sacrificio de la Misa. (…) Necesitamos una cruzada, una cruzada basada precisamente en esta noción de sacrificio, para recrear la cristiandad, reconstruir una cristiandad tal como la Iglesia la quiere, tal como lo ha hecho, siempre con los mismos principios, el mismo sacrificio de la misa, los mismos sacramentos, el mismo catecismo, la misma Sagrada Escritura. Debemos recrear esta cristiandad; vosotros, mis queridos hermanos, sois la sal de la tierra, la luz del mundo, a vosotros se dirige Nuestro Señor cuando dice: «No desperdiciéis el fruto de mi Sangre, no abandonéis mi Calvario, no abandonéis mi Sacrificio». Y la Virgen María, que está al pie de la Cruz, os lo dice también. Ella, que tiene el corazón traspasado, colmado de sufrimientos y de dolores, y al mismo tiempo lleno de alegría por unirse al Sacrificio de su divino Hijo, ella os dice también: «¡Seamos cristianos, seamos católicos!»”

Mons. Lefebvre definía el rol que cada uno –jóvenes, familias, jefes de familia – debía tener en esta cruzada:

 

 

Si queremos ir al cielo debemos seguir a Nuestro Señor Jesucristo, cargar nuestra cruz y seguir a nuestro Señor Jesucristo, imitarlo en su Cruz, en su sufrimiento, en su sacrificio. Así pues, exhorto a los jóvenes, a los jóvenes que están aquí, en esta sala, a pedir a los sacerdotes que les expliquen estas cosas tan hermosas, tan grandes, para que elijan su vocación, y que en todas las vocaciones que pueden elegir, ya sean sacerdotes, religiosos o casados, abracen la Cruz de nuestro Señor. Si desean formar una familia por el sacramento del matrimonio y por tanto en la Cruz de Jesucristo y en la Sangre de Jesucristo, casados bajo la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, comprendan la grandeza del matrimonio y que se preparen dignamente a él por la pureza, la castidad, por la oración, por la reflexión. Que no se dejen llevar por tantas pasiones que agitan el mundo. ¡Cruzada de jóvenes que deben buscar el verdadero ideal!

 

¡Cruzada también de las familias cristianas! Familias cristianas que estáis aquí, consagraos al corazón de Jesús, al Corazón Eucarístico de Jesús, al Corazón Inmaculado de María. ¡Rezad en familia! Bien sé que muchos entre vosotros lo hacéis, ¡pero que haya cada vez más familias que recen con fervor! ¡Que Nuestro Señor reine verdaderamente en vuestros hogares! (…)

 

Por último, cruzada de los jefes de familia. Vosotros, jefes de familia, tenéis una grave responsabilidad en vuestro país. (…) Acabáis de cantar «¡Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat!» ¿Se trata de palabras? ¿Tan sólo de palabras? ¿Palabras y cantos? ¡No! Debe ser una realidad. Jefes de familia, vosotros sois los responsables de ello, para vuestros hijos, para las generaciones que seguirán. Debéis organizaros, reuniros, cooperar para lograr que Francia [vuestra nación] vuelva a ser cristiana, católica. No es imposible, o entonces hay que decir que la gracia del santo Sacrificio de la misa no es más la gracia, que Dios no es más Dios, que Nuestro Señor Jesucristo no es más Nuestro Señor Jesucristo. Hay que confiar en la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, pues Nuestro Señor es todopoderoso. Yo he visto esta gracia en acción en África, no hay razón para que no actúe también aquí, en nuestros países”.

Luego, dirigiéndose de manera especial a sus sacerdotes, Mons. Lefebvre les pedía:

 

Y vosotros, queridos sacerdotes que me escucháis, haced también una unión sacerdotal profunda para difundir esta cruzada para que Nuestro Señor reine. Y para ello debéis ser santos, debéis buscar la santidad, mostrar esa santidad, esa gracia que obra en vuestras almas y en vuestros corazones, esa gracia que recibís por el sacramento de la Eucaristía y por la santa Misa que ofrecéis. Sólo vosotros podéis ofrecerla.”

Animados por estas palabras vibrantes de nuestro fundador, todos los miembros de la Fraternidad formarán con vosotros, queridos fieles, una gran cruzada por nuestro Señor y su reino, por nuestra Señora y el triunfo de su Corazón Inmaculado. Cuando el enemigo es declarado, según la expresión del Apocalipsis, debemos responder a sus ataques de manera proporcionada. ¡Dios lo quiere!

Os exhortamos, pues, a tener un espíritu de cruzada permanente, atendiendo a la conveniencias humanas, haremos comenzar oficialmente esta nueva cruzada del rosario el 1° de enero de 2014 para concluirla en la fiesta de Pentecostés (8 de junio de 2014), con el objetivo de reunir un ramillete espiritual de cinco millones de rosarios en reparación por los ultrajes infringidos al honor de nuestra Señora, a su Corazón de Virgen y de Madre de Dios.

Confiamos a su bondad maternal vuestras penas y vuestras alegrías, vuestras preocupaciones y vuestras esperanzas, para que Ella os guarde fieles a la Iglesia, hasta el cielo.

+ Bernard FELLAY

En la fiesta de San Nicolás, 6 de diciembre de 2013.