Consideraciones sobre el crimen del aborto. Sermón en Mendoza, Argentina

Fuente: Distrito de América del Sur

El Buen Pastor da la vida por sus ovejas y no tiene mano blanda para condenar tan terribles crímenes. Qué diferencia entre el pasto de la buena doctrina que nos han dejado los buenos pastores y las actuales declaraciones de los pastores de hoy.

En estos días se está debatiendo, por esos gobernantes que juegan a ser Dios, la despenalización del aborto en Argentina. El horror de este pecado, de ese infanticidio homicida en que las mismas madres matan a sus propios hijos antes de nacer es muy evidente, sin embargo, creo necesario aclarar algunos principios de la fe católica al respecto.

El Magisterio tradicional

Saben ustedes queridos fieles, que el aborto es un pecado, un crimen espantoso. En primerísimo lugar, contra Dios Nuestro Señor, único dueño y autor de la vida natural y la vida sobrenatural que las crea para que seamos partícipes de la bienaventuranza eterna. Es muy importante tener en cuenta esto en cualquier pecado, pero sobre todo en el de aborto, que se agravan por ser un crimenes contra la ley divina pero incluso contra la ley natural, la que también viene de Dios, y está puesta en todo ser humano. De esta ley nadie puede excusarse, católico o no católico. Pecado, además, no sólo individual sino social; pecado del estado en cuanto estado; pecado de la patria que intenta darle fuerza de ley, institucionalizar ese crimen, lo cual lo hace aún mucho más grave. Claro, los legisladores cambian la ley de Dios por la ley del número, número fácil de conseguir por esos demagogos que fomentan los apetitos desordenados de las masas y su deseo pervertido y así quitan la vida de millones de seres humanos, desprotegidos y asesinados legalmente.

Pero, ¿cuál es el gran mal respecto al niño asesinado, lo primero, la primera gravedad, lo primero a tener en cuenta? Respecto a Dios, es una ofensa infinita, tremenda, de las más atroces contra la majestad divina. Respecto al niño asesinado, por supuesto, es el crimen gravísimo de la privación de la vida. Pero aún es más grave, la primera gravedad es la privación del Cielo. Priva a esa almita del bautismo. Y lo sabemos, y es dogma de fe, que el bautismo es absolutamente necesario para la salvación; que la falta del bautismo, lo aprendieron en el catecismo, puede suplirse solamente en un adulto por el martirio, lo que es llamado “bautismo de sangre” o por un perfecto acto de amor a Dios y de contrición, que tiene ahí, por lo menos implícito, el deseo del bautismo, y es el llamado “bautismo de deseo”. Pero ambos son una posibilidad solamente del adulto, porque el adulto es el que puede presentar sus actos propios de inteligencia y voluntad, y así puede responder a la gracia de Dios que ilumina su inteligencia y mueve su voluntad. Pero un niño asesinado cuando no ha llegado todavía al uso de sus potencias, y por eso la gravedad también de ese crimen por ser hecho a un niño indefenso, no solamente no se puede defender contra el agresor sino que no puede hacer actos propios ni de voluntad ni de inteligencia, porque no ha llegado al uso de sus facultades con las cuales se podría salvar.

A los niños asesinados, no siendo capaces del deseo, solamente les hubiera quedado para llegar a la salvación el bautismo de agua, el bautismo que normalmente debe ser aceptado por los padres y por la sociedad cristiana. Y por eso los niños que mueren sin bautismo, y por lo tanto con el pecado original, van a un lugar especial llamado Limbo de los niños, de una felicidad, sí, puramente natural,  porque no padecen la pena de sentido, no sufren el fuego del infierno porque no tienen culpa propia, pero no tienen la visión de Dios: padecen la peña de daño.

Y ya Pío VI, en una bula de 1794, había dicho que la doctrina que reprueba como fábula pelagiana el lugar llamado limbo de los párvulos es falsa, temeraria e injuriosa contra las escuelas católicas. Es decir, negar el limbo va en contra de la fe.

El estado tiene la obligación de favorecer con sus leyes la vida moral de la familia, procurar que la familia pueda realizar su fin primero, que es la procreación de los hijos, segun la ley de Dios, y su educación, y al mismo tiempo la autoridad política debe oponerse a los promotores de la contracepción, a los promotores del aborto y de todas las profanaciones de la ley divina y de la ley natural que se refieren al deber conyugal. Ya en esa magnífica encíclica “Casti connubii” el Papa Pío XI decía

"No es lícito que los que gobiernan los pueblos y promulgan las leyes, echen en olvido que es obligación de la autoridad pública defender la vida de los inocentes con leyes y penas adecuadas; y esto, tanto más cuanto menos pueden defenderse aquellos cuya vida se ve atacada y está en peligro, entre los cuales, sin duda alguna, tienen el primer lugar los niños todavía encerrados en el seno materno”.

Y seguía el Papa, con algo muy distinto al actual:

"Y si los gobernantes no sólo no defienden a esos niños, sino que con sus leyes y ordenanzas los abandonan, o prefieren entregarlos en manos de médicos o de otras personas para que los maten, recuerden que Dios es vengador de la sangre inocente, que desde la tierra clama al cielo”.

El Derecho Canónico pone como pena de excomunión no sólo a quien aborta, sino a todos los que están involucrados de una u otra forma en el aborto. Quien procure el aborto incurre en excomunión automática, canon 1348.

Dice también Pío XII:

"Las leyes humanas que están en contradicción insoluble con el derecho natural, están marcadas por un defecto original que ninguna coacción, ni despliegue exterior de poder, puede remediar”.

Es decir, no es ley.

La predicación actual

Pero, en cierto modo, quizás, lo que más pena da, cuando más se espera una respuesta, una advertencia coherente y católica de nuestros obispos, leemos consternados el lánguido comunicado de la Conferencia Episcopal Argentina de hace unos días, respecto al aborto. Un comunicado que en ningún momento nombra a Dios: ni una sola vez en todo el comunicado está nombrado Dios nuestro Señor, ni una sola vez está nombrado Jesucristo, nunca. Nunca hablan ni de la vida eterna, ni del castigo eterno, ni del pecado, ni de la gracia. Habla mucho de la vida humana, pero no dice de quién. La define como una experiencia. Leo textualmente:

"la vida humana como don, como experiencia compartida de nuestros hombres y mujeres sean creyentes o no. Para algunos, la concepción de esa vida no fue fruto de un acto de amor. Allí es cuando surge la pregunta humana y ética sobre qué hacer”.

Es patético lo que se da como solución:

"La solución o el camino para abordar estas situaciones, es la implementación de políticas públicas que, primero, establezcan como prioritaria la educación sexual integral de la ciudadanía en la que se fomente y capacite para la decisión libre y responsable de concebir la vida humana”.

¿Cómo? ¿La solución al asesinato de los niños inocentes en el seno materno, nos dicen los obispos, es corromper a los ya nacidos con la educación sexual? ¿Por qué no se dedican, como tienen el deber, a restablecer la educación de las virtudes cristianas, únicas capaces de elevar a los niños y de preservarlos de la corrupción?

"Segundo, que reconozcan la dignidad de la vida humana desde el comienzo de su concepción, la igualdad de la mujer y del varón, y se implementen acciones tendientes a encarar las causas de la violencia hacia la mujer generando nuevas pautas de conductas”.

Por tanto, reconocer la dignidad del hombre estando como está: matando a los niños. ¿No será mejor, señores obispos, reconocer los derechos de Dios, amo del universo, creador de la vida y de la gracia? ¿Por qué no empezamos por donde hay que empezar?

"Tercero, que acompañen desde lo social, las situaciones de conflicto y atiendan las heridas que quedan por sanar en quienes están atravesando por estas situaciones”.

¿Y dónde está la enseñanza de la Iglesia, el Magisterio de la Iglesia, para educar a esas almas, si supuestamente son ignorantes? ¿Dónde está, dónde nos están hablando de la santificación por los sacramentos? ¿Cómo van a corregir esas almas, en el mejor de los casos confundidas, que llegan a ese crimen tan atroz, si la Iglesia no les enseña y no las sana por los sacramentos?

Después, bajo el título de “El diálogo democrático” sigue diciendo la Conferencia Episcopal:

"Que este debate nos encuentre preparados para un diálogo sincero y profundo, para escuchar las distintas voces y las legítimas preocupaciones que atraviesan quienes no saben cómo actuar. Junto con todos los hombres y mujeres que descubren la vida como un don, los cristianos también queremos aportar nuestra voz, no para imponer una concepción religiosa, sino a partir de nuestra convicciones razonables y humanas”.

Y ahí está la raíz. El humanismo, el naturalismo que dominó el modernismo y el último Concilio. Antiguamente los Papas estaban dispuestos a confirmar con su poder espiritual a todo príncipe cristiano que decidiera oponerse al proceso de la revolución y ahí sí, entonces, la política alcanzaba la eficacia para detener el misterio de iniquidad, como lo vimos, el último siglo, en la Cruzada Española, por ejemplo. Pero si los obispos no apoyan la acción política contrarrevolucionaria, es imposible que ésta sea eficaz. Y como lo hemos visto, con tanta impotencia, sobre todo, después del último Concilio.

Y mientras los pastores siguen divagando en sus fantasías humanistas, sigue habiendo millones de almas inmortales que pierden la vida natural y la vida eterna, saliendo de sus cuerpitos sin la más remota posibilidad de bautismo. Pero aún eso se sacaron de la conciencia con eximios teólogos después del Concilio Vaticano II. ¿Y cómo? Porque clausuraron el Limbo, y han enviado generosamente a todas esas almitas al cielo, dejando de lado la doctrina dogmática de la exigencia del bautismo para la salvación.

La Comisión Teológica Internacional, del año 2007, bajo el reinado de Benedicto XVI reduce toda la doctrina de la Iglesia sobre el Limbo a un puro nivel de opinión; por lo tanto, la destruye.

La ilicitud criminal y espantosa del aborto mutila desde el inicio la posibilidad de llegar a ser hijos de Dios y gozar de la visión beatífica: y esto es lo criminal. No solamente es criminal matar a una vida humana, lo que es gravísimo, sí, sino principalmente no darle la posibilidad del Cielo. Por supuesto que Dios puede perdonar aún ese pecado tan atroz como el del aborto, la misericordia de Dios es infinita, pero siempre y cuando se pida perdón.

Es pues una obligación pedir para que Nuestro Señor libre a la Argentina de ese flagelo y si está en su voluntad, que no permita que se acuerde semejante crimen; reparar los crímenes ya cometidos de aborto, reparar por todos esos demonios que andan dando vueltas queriendo la aprobación de una ley tan inicua. Y reparar, según nuestras posibilidades, a nivel social. Por eso vamos a hacer aquí, en estos tres días, martes, miércoles y jueves, una Hora Santa, de 6:00 a 7:00 de la tarde. Pidamos también, es también una obligación, porque se venza la debilidad de los pastores, que imbuidos de ese falso humanismo ya no vigilan el rebaño. Que Dios tenga piedad de nosotros, en estos días de oración y de reparación ante el Santísimo Sacramento. Al fin y al cabo, Él es el único que puede resolver todo esto.

Y termino con uno de los Salmos de la Sagrada Escritura, Salmo de David, que pareciera que es el niño en las entrañas de su madre, dirigiéndose a Dios:

"Tú formaste mis entrañas; me tejiste en el seno de mi madre; largamente conoces mi alma y mi cuerpo no se te oculta, aunque lo plasmaste en la oscuridad, tejiéndolo bajo la tierra. Tus ojos ven ya mis actos, y todos están escritos en tu libro; mis días estan determinados antes de que ninguno de ellos sea”.1

  • 1Salmo 139, 13-17