Contra las tinieblas del modernismo

Fuente: Distrito de América del Sur

Con el triunfo del modernismo, las tinieblas y la confusión han invadido la Iglesia.

Ante las terribles tinieblas del modernismo que el Concilio Vaticano II dejó entrar dentro de la Iglesia, la luz del sol de Fátima se impone a todos los hombres como medio para disiparlas en esta terrible crisis que padece la fe católica. Una vez más, la solución se encuentra en el mensaje de nuestra Señora.

El siglo XX ha sido dominado por un acontecimiento de suma gravedad: el triunfo del modernismo dentro de la Iglesia. Su condenación por parte de San Pío X el 8 de septiembre de 1907 asestó un riguroso golpe a los novadores, aunque no tuvo la virtud de terminar con la herejía. Siguió ésta propagándose solapadamente entre el clero, hasta que el Concilio Vaticano II le abriera las puertas de par en par. Desde entonces las tinieblas y la confusión han invadido la Iglesia.

El modernismo es esencialmente tinieblas, oscurecimiento de la luz de nuestra razón, y como consecuencia destrucción de la fe.

La luz de nuestra razón es la verdad. Sin ella el hombre es como un ciego en los caminos de la vida. Ignora de dónde viene y adónde va, camina al azar como el que no ve, es el juguete de sus pasiones y de las modas del día. Ahora bien, para los modernistas la verdad es inaccesible a la razón: ése es su principio fundamental. No existe una verdad única, ni en religión ni en moral. No se la puede conocer con certeza. Afirman, por cierto, que cada hombre tiene “su verdad”. Pero ésa, “su verdad”, no es más que una parodia, puesto que depende de cada uno, de cada cultura y de cada época. Es una verdad disminuida, evolucionista, sin consecuencias prácticas. Lejos de ser una luz para el alma, la pseudoverdad modernista es más oscura que la noche y peor que el error mismo.

La pseudo-verdad modernista es peor que el error, porque el que yerra puede rectificarse, y mientras crea en la verdad y la busque, su error tiene remedio. Pero el modernista no cree en una verdad única. Huye de la luz y odia todo dogmatismo, toda verdad impuesta. No busca la verdad sino que busca “su verdad”; es decir, en definitiva, el error y la mentira. Porque la verdad es única, y fuera de ella no hay más que error y mentira. El modernista es un ciego voluntario y como tal su ceguera es irremisible. Se complace en las tinieblas del relativismo, huye de toda afirmación clara y contundente.

Históricamente el modernismo es hijo del liberalismo, el cual a su vez viene del protestantismo y del fariseísmo judío. Por eso estos cuatro se llevan muy bien, teniendo en común su rechazo de la luz. La luz es Jesucristo, y comprobamos todos los días que la luz brilló en las tinieblas y las tinieblas no la comprendieron. La luz es la Iglesia, a quien Jesucristo confió el magisterio de la verdad: los protestantes prefirieron seguir las divagaciones de su libre examen. La luz es la ley de Dios que nos muestra el camino de la salvación. Los modernistas se han juntado con los liberales, protestantes y otros enemigos de la Iglesia para apagar la luz de Cristo, y desgraciadamente para ellos y para todos los hombres, lo están consiguiendo muy bien.

Las consecuencias del modernismo son incalculables y espantosas. La Revolución conciliar ha provocado la mayor crisis que haya sufrido jamás la Iglesia. Y no es de extrañar: No se puede impunemente despreciar la verdad poniéndola en el mismo nivel que el error. La fe es el fundamento de la Iglesia y de toda la vida moral del cristiano. Habiendo sido este fundamento herido de muerte, todo el edificio se ha tambaleado.

Según las leyes comunes que rigen el nacimiento y la muerte de las sociedades humanas, la Iglesia estaría perdida. Esto se debe a que ninguna sociedad puede sobrevivir a la negación de sus principios constitutivos. Y mucho menos, si se trata de una sociedad espiritual como la Iglesia, cuyo único justificativo es la certeza de la verdad revelada. Destruida esta certeza por obra del agnosticismo modernista, la Iglesia ya no tiene razón de ser.

Los enemigos cantan victoria: La Iglesia está agonizando porque el modernismo acabó con ella. Y el nuevo milenio comenzará la nueva era, después de celebrarse los alegres funerales del cristianismo odiado.

El sol de Fátima brilla triunfalmente sobre el mundo

Pero desengáñense ya los impíos: ¡una vez más la muerta se levantará del sepulcro, más hermosa y más joven que nunca! Dios ya vino en su ayuda. Y quiso que fuera esta vez por la dulce mediación del Corazón de María.

El 13 de octubre de 1917 estamos todavía en los albores de la gran crisis modernista. En Fátima, durante unos pocos minutos, el sol va a brillar de un modo inusitado y su luz iluminará el mundo durante todo un siglo de tinieblas.

Aquella “danza del sol” fue presenciada por una multitud de setenta mil personas que pudieron dar fe de los prodigios ocurridos. Entre la concurrencia había sacerdotes y seminaristas ‒e incluso, algún Obispo‒ bien que vestidos de paisano, y muchos periodistas, a más de otros tantos “librepensadores” ‒muy al gusto de la época‒ que concurrieron a mofarse de la concurrencia.

Uno de ellos, Avelino de Almeida, nada menos que Editor en Jefe de O Seculo, el gran diario liberal, anticlerical y masónico de Lisboa, contó esta extraordinaria “danza del sol” en el diario. Desafiado violentamente por toda la prensa anticlerical, renovó sin embargo su testimonio quince días más tarde en su revista Ilustraçao Portuguesa. Esta vez, ilustró su relato con una docena de fotografías de la inmensa multitud en estado de éxtasis, y a través de todo su artículo, repitió como un refrán: Yo lo vi… yo lo vi… yo lo vi… 1

En Portugal, Fátima tuvo el efecto de una bomba. La noticia cundió como el relámpago por todo el país, arrasando con el viejo materialismo ateo: ¡La Virgen María nos ha hablado y hemos visto la maravillosa danza del sol! No hay duda, Dios es Dios y la fe es una certeza. ¡Hay que creer! ¡Hay que convertirse! Llevados del entusiasmo popular, los Obispos consagraron su país al Corazón Inmaculado de María el 13 de mayo de 1931. Los seminarios vacíos se llenaron. El gobierno masónico y anticlerical fue reemplazado por el gobierno católico de Antonio de Oliveira Salazar.2

De cómo Fátima iluminó el mundo, no hay necesidad de exponerlo aquí, puesto que todos somos testigos de ello. Creo que se puede decir sin exageración que la verdadera fe católica se ha conservado en las familias en proporción de su devoción al Corazón Inmaculado de María, tal como nos ha sido revelada en Fátima. Es decir, incluyendo el rezo diario del Rosario, la visión del infierno, los ejemplos de mortificación y la muerte santa de Francisco y Jacinta, la comunión reparadora de los cinco primeros sábados, la meditación del secreto, y como signo y sello del origen divino, el milagro del sol. Y las advertencias de Sor Lucía hasta su muerte.

La Virgen peregrina empezó a recorrer el mundo y en todas partes su paso reportó un triunfo increíble. Los sacerdotes no alcanzaban para confesar a los miles de penitentes. Como se ha dicho, Fátima fue una verdadera “explosión de lo sobrenatural”, una auténtica renovación de la Iglesia por su único fundamento: la certeza de la fe.

  • 1Citemos su conclusión: “¿Qué vi en Fátima que fuera, además, extraño? La lluvia, a la hora anunciada por anticipado, cesó de caer; la gruesa masa de nubes se disolvió, y el sol —un disco opaco plateado—, apareció a la vista en su cenit y comenzó a danzar con movimientos violentos y convulsivos, que un gran número de testigos comparó con una danza serpentina, ya que los colores tomados por su superficie fueron tan hermosos y relucientes”. Y nuestro reportero concluye bastante aproximadamente: “¿Milagro, como gritó la gente? ¿Un fenómeno natural, como dirían los cultos? Por el momento yo no me preocupo en averiguarlo, sino solamente en afirmar lo que yo vi… El resto es un asunto entre la Ciencia y la Iglesia”.
  • 2“Fátima, Roma, Moscú”, por el Padre Gerard Mura, Santiago de Chile 2005, pág. 53.

"la conversión de Rusia no tuvo lugar porque la promesa era condicional y la condición no se cumplió"

Fátima y el modernismo

La Virgen cruzó Europa y quería lanzarse a la reconquista de la Rusia cismática para producir allí frutos más increíbles aún: la conversión de este inmenso país y la paz del mundo. La Virgen lo había prometido y lo hubiera cumplido, al igual que prometió el milagro del sol y lo cumplió en el día y en la hora precisa. Lamentablemente, la conversión de Rusia no tuvo lugar porque la promesa era condicional y la condición no se cumplió. ¿Qué había pasado?

Mientras la predicación de los clérigos ganados por el modernismo se hacía cada vez más insípida e ineficaz, su odio hacia Fátima también fue creciendo. Porque a los sueños de libertad de los novadores, a sus ambiciones ecumenistas, a su predicación llena de sutilezas y doble sentido, la Virgen oponía el lenguaje fuerte y sencillo del Evangelio:

Que vuestro sí sea sí, que vuestro no sea no. Lo demás viene del maligno”.

Es obvio: si el milagro del sol ha sido una realidad como lo ha sido, Dios es también una realidad, y el infierno existe, y Jesucristo es la Verdad, y todo lo que Jesús nos ha enseñado debe ser creído. La ley de Dios debe cumplirse y quien se aparta de ella va a su eterna perdición. El infierno no es un símbolo, es una realidad: es un lago de fuego, y un fuego que quema. Y muchas almas van al infierno.

En todo esto no hay sombra alguna de novedad: es el Evangelio puro, pero —eso sí—, limpiado de las escorias del modernismo con su pretensión impía de acomodar la divina revelación al gusto del mundo de hoy. Y con su negación de toda verdad conforme a la filosofía moderna.

Un lenguaje tan reaccionario y tan poco liberal no podía dejar de suscitar violentas reacciones. En Fátima todo era contrario a la nueva teología: una aparición de la Virgen para alimentar lo que los modernistas llaman “los excesos de la devoción mariana”; el rosario; la visión del infierno; las profecías apocalípticas; la condenación de “los errores de Rusia”.

Y para coronarlo todo, un supuesto milagro. ¡Basta! La secta modernista no podía dejar de movilizarse contra tal acumulación de anacronismos, que harían de la Iglesia la burla del mundo protestante y liberal. No podía ser que las fábulas que fueran soñadas por tres niños enfermizos echaran por tierra años de trabajo de estos señores expertos en teología.1

Pero destaquemos de nuevo este hecho fundamental: Fátima no aporta ninguna doctrina nueva. Solamente viene a confirmar de modo admirable la doctrina tradicional contra los novadores. A la sencillez del Evangelio, el Corazón Inmaculado de María no agrega sino la simple manifestación de su dulce tristeza maternal que habla mejor que las palabras: “Lo que os ha dicho mi divino Hijo, amigos míos, ¡es la verdad! Escuchadlo bien, y haced como os dice”. Al escepticismo modernista, Fátima opone un NO contundente: ¡Lo que es verdad es verdad! 2

Pelear el buen combate de la fe

Noventa años después, los modernistas se empeñan en desoír el mensaje de la Reina del Cielo y se esfuerzan por desvirtuar su contenido.

Procuremos nosotros, como buenos hijos de María, pelear el buen combate de la fe. Celebraremos este año el centenario de la Encíclica Pascendi: estudiemos su doctrina, tratemos de comprender la gravedad de los errores que denuncia, consagrémonos al Corazón Inmaculado de María para servirla fielmente, difundamos su mensaje.

Ella hará que brille con un nuevo resplandor en nuestras inteligencias y en nuestros corazones la luz incomparable de la verdadera fe y de la esperanza cristiana. Dios es Dios, y sin duda alguna cumplirá sus promesas. Las puertas del infierno jamás prevalecerán contra la Iglesia, y el Corazón Inmaculado de María triunfará.3

  • 1Esta hostilidad de los teólogos contra Fátima está bien ilustrada por las siguientes líneas del Cardenal Journet del año 1948: “Se nos dijo que hubo una «danza» del sol, una «lluvia de flores», y después ellas nos dicen que el «milagro de los milagros» es la presente condición floreciente de Portugal. ¿Por quién nos tomó, caballero? El imprimatur puede protegerlo de las herejías, pero no puede salvarlo de la insensatez”. Lo menos que se puede decir es que el tono burlesco usado por el Cardenal en materia de tanta gravedad está totalmente fuera de lugar.
  • 2La sencillez evangélica de la Madre de Dios es también la nota característica de los grandes predicadores y salvadores de almas. Así, por ejemplo, leemos en la vida de San Francisco de Asís por Jöergensen: “en contraste con la elocuencia oficial de la gente de Iglesia, los discursos de Francisco y de sus amigos eran infinitamente simples y sin adornos. Los discursos del mismo Francisco tenían más bien el carácter de exhortaciones que de sermones elaborados: eran palabras despojadas de todo artificio que salían del corazón e iban al corazón. Su predicación volvía constantemente sobre estos tres puntos esenciales: temer a Dios, amar a Dios, y convertirse del mal al bien. Y cuando Francisco había terminado de hablar, no dejaba nunca el hermano Egidio de agregar ingenuamente: «Lo que os ha dicho, amigos míos, ¡es la verdad! Escuchadlo bien, y haced como os dice»”. Eso es Fátima y ése es el lenguaje de María. Esta misma sencillez es lo que hace de Fátima algo odioso a los “sabios”.
  • 3Sobre el modernismo se leerá con provecho, además de la Encíclica “Pascendi”, el libro del Padre Dominique Bourmaud: “Cien años de modernismo”. También la pequeña conferencia de José L. Fernández Marcantoni, “Fundamentos filosóficos del modernismo” (Cuadernos FIDES). Y para los amantes de filosofía: “El realismo metódico”, por Etienne Gilson, ediciones Encuentro. Sobre Fátima existen muchas obras. Además de los libros de Sor Lucía (“Memorias I”, “Memorias II”, “Llamadas del mensaje de Fátima”), la mejor es, sin duda, el libro de Fray Michel de la Sainte Trinité en tres tomos: “Toute la vérité sur Fátima”. Existe en francés e inglés, la traducción española está en preparación. El libro del Padre Gérard Mura “Fátima, Roma, Moscú” reproduce muchos datos interesantes sacados del libro de Fray Michel.