Homilía del Segundo Asistente General en Bogotá, Colombia, fiesta de Corpus Christi

Fuente: Distrito de América del Sur

El pasado jueves 20 de junio, fiesta de Corpus Christi, el Segundo Asistente General, el R.P. Christian Bouchacourt, celebró la misa solemne en la iglesia de los Sagrados Corazones de Bogotá, Colombia. Transcribimos el sermón que predicó en la ocasión.

"El que comulga, recibe la caridad encarnada"

Queridos padres, queridos fieles,

No pensaba volver a Colombia, pero la providencia decidió de otra manera. Así, tengo la alegría de visitar otra vez este Priorato. Es un viaje relámpago, pero estoy muy feliz de estar con ustedes.

Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Eucaristía. Nuestro señor nos hizo la promesa antes de morir de quedarse entre nosotros. ¿Cómo hizo Él esta promesa? ¿Por qué la hizo? Y ¿Cómo nosotros debemos recibir este sacramento? Son las preguntas que querría responder esta tarde.

Cómo hizo nuestro Señor esta promesa

Cómo nuestro Señor hizo una promesa. Queridos fieles, cuando un hombre está a punto de morir él da a sus hijos consejos, regalos, recuerdos que tienen mucho valor. Nuestro Señor estaba a punto de morir el Jueves Santo, entonces quiso hacer regalos a sus discípulos, a sus apóstoles, a nosotros. Y Él nos hizo tres regalos. El primer regalo es la misa, el segundo regalo, la Santísima Eucaristía y el tercer regalo, el sacerdocio.

La misa, porque va a perpetuar, prolongar hasta el fin del mundo la acción más infinita, el acto de caridad más infinito que se pudo haber hecho, es decir, que nuestro Señor hizo el sacrificio de su vida, y en cada misa se perpetúa, se renueva este sacrificio.

La Santísima Eucaristía porque Él quiso quedarse entre nosotros, especialmente en los sagrarios, y venir a nosotros en cada momento en la comunión.

También quiso regalarnos el sacerdocio porque sin sacerdote no hay Eucaristía, sin sacerdote no hay misa. El sacerdote es el ministro de la Santísima Eucaristía. Por él tenemos estos medios.

Por qué hizo nuestro Señor esta promesa

Y ¿por qué nuestro Señor nos dio la Santísima Eucaristía? Porque quiso quedarse entre nosotros y darse Él mismo como alimento a nosotros, a nuestras almas, para nuestra santificación. Lo sabemos. Cuando nosotros vamos a comulgar recibimos el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de nuestro Señor. El que va a comulgar – dentro de unos instantes ustedes van a hacerlo –  va a recibir la caridad encarnada. Eso es un regalo inmenso. Y esta comunión realiza algo muy particular: nosotros cuando recibimos alimento, ¿qué sucede? Esta comida se convierte en nuestra carne. Cuando vamos a recibir este alimento de la Santísima Eucaristía sucede al revés. Es decir que es nuestro Señor el que va a transformarnos en Sí mismo, va a encender nuestras almas, va a tomar lugar en nuestras almas y así va a hacernos crecer en la caridad. El que va a comulgar enciende en su alma el fuego de la caridad. Es así que este alimento tan santo va a fortalecer también nuestras almas contra las tentaciones del demonio. El fuego hace huir los animales malos, el fuego de la caridad en un alma hace huir al demonio lejos de ella. Así el que comulga va a ser muy fuerte, va a resistir al demonio. También como este sacramento hace crecer en nuestras almas la caridad, va a ayudarnos a llevar las cruces que Dios nos envíe durante nuestra vida. Para llevar la cruz, para que la cruz no nos aplaste, debemos tener la caridad. Nuestro señor llevó la cruz el Viernes Santo por caridad, por amor a nosotros. Si nosotros queremos llevar las cruces diarias y las cruces de la vida, si no queremos que estas cruces nos aplasten, debemos tener la caridad, y para tener la caridad hay que comulgar. Y por cierto, el que comulga va a crecer en el fervor y también va a tener un gran gozo, les aseguro que sí. A pesar de las dificultades de la vida, va a hacer crecer en su alma el gozo espiritual. ¿Por qué? Porque todo lo que haremos lo haremos bajo la mirada de Dios. Sabiendo que Dios nos mira.

Cómo debemos recibir este sacramento

Y ¿Cómo recibir este sacramento? Ustedes lo saben: Para recibir este sacramento se necesita el estado de gracia. Ustedes lo escucharon en la epístola de hoy: El que recibe la comunión con pecado mortal, pecado grave – el Señor lo dijo –  el que recibe su cuerpo de manera indigna come su propia condenación.1  Comete un sacrilegio. Debemos recibir este sacramento con un respeto inmenso. ¿Por qué? Porque al momento de la comunión la criatura que somos recibe a su creador, recibe a su redentor. Por eso, recibe a Dios. Es por eso que para recibir bien la comunión debe recibirse de rodillas, por eso la comunión se recibe sobre la lengua, para evitar tocar la santísima hostia, y se recibe bien vestido.

También nosotros tenemos esta gracia de recibir de manera fácil la comunión. Debemos agradecer a Dios de tener esta gracia. Les aseguro que ahora que yo estoy viajando bastante veo lugares en que la gente no puede comulgar. Comulgan cada dos o tres meses. Ustedes tienen esta gracia de poder recibir la comunión. Háganlo a menudo.

Ustedes saben que este sacramento puede ayudar mucho a los que están por morir. Va a fortalecer en las almas de estos la fe la esperanza y la caridad porque el que está a punto de entrar a la eternidad y recibe la comunión, va a recibir fuerzas inmensas de Dios para resistir a las últimas tentaciones. Es por eso que es tan importante llamar al sacerdote cuando el moribundo está todavía consciente, para que tenga este medio tan necesario para entrar en la eternidad.

Queridos fieles, la caridad debe brillar en nuestras almas, en sus familias, en el lugar donde trabajan, en la sociedad. Que brille esta caridad. Este es el drama de nuestra época: los católicos son tibios, son tibios. No, un católico debe irradiar su fe, irradiar su caridad.

Vamos a pedir entonces a la Madre de Dios, que fue durante nueve meses el primer copón que llevó a nuestro Señor en ella, que nos ayude a tener una gran devoción a este sacramento. Ella que probablemente estaba presente el Jueves Santo, ella que recibió la comunión de San Juan hasta el último día de su vida terrestre: debemos pedirle que nos ayude a tener un gran fervor, una gran devoción a este sacramento, a fin de que un día con la caridad en nuestra alma, podamos entrar en el cielo para cantar las alabanzas de Dios durante toda la eternidad con los santos. Amén.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

  • 1I Corintios 11, 29