Los últimos días de Monseñor Lefebvre

Fuente: Distrito de América del Sur

El autor de estas líneas al lado de Monseñor, en los primeros tiempos del Seminario de La Reja.

Carta circular del R. P. Franz Schmidberger, en su carácter de Superior General, a todos los miembros de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, informando sobre los últimos momentos de nuestro Fundador.

Es en el dolor y duelo que escribo estas líneas para informarles oficialmente sobre los últimos días y horas de nuestro venerado Fundador y, durante muchos años, Superior General.

Monseñor celebró en Ecône, la tarde de la fiesta de Santo Tomás de Aquino, la misa por los amigos y benefactores de Valais, y les dio a continuación una conferencia sobre la situación de la Iglesia y sobre nuestro deber en el combate así como nuestro trabajo por las instituciones cristianas. Se quejó de molestias abdominales y no participó de la cena. El día siguiente ofreció por última vez el Santo Sacrificio del Altar y partió rápidamente a París para una reunión de responsables de Círculos de tradición, esto a pesar de algunos malestares. Durante el camino su estado de salud se agravó en forma alarmante. Después de haber pasado la primera parte de la noche que va del viernes al sábado en un hotel, volvió al alba a Ecône con el señor Borgeat, su chófer. Por su propio pedido es internado en el hospital de Martigny. Los médicos inicialmente diagnosticaron una infección intestinal y lo sometieron a una dieta de infusiones.

El lunes 11 de marzo después del mediodía, lo visité por última vez. Estaba de muy buen humor y los dolores habían disminuido un poco.

Me parece injusto -dijo a la enfermera- que no me den nada de comer a pesar de que pago la pensión completa. Ustedes están haciendo negocio conmigo. Y, tornando hacia mí, me dijo con una sonrisa: Le he pedido al Padre Simoulin preparar la bóveda. Refiriéndose a la muerte apacible y con plena conciencia casi hasta el final, exclamó: Si pudiese morir como mi hermana, Sor Juana, ésa sería una bella muerte. Y en este contexto me dijo: yo lo llamaré ‒haciendo alusión sin duda a sus últimos momentos. Le comenté las últimas novedades de la Fraternidad, que escuchó con gran interés; especialmente el proyecto de una nueva casa generalicia en Suiza Central, que le expuse junto con las razones favorables para su realización. Que Dios bendiga el proyecto fue su conclusión. Con estas palabras partí. En la tarde de ese mismo día el Padre Simoulin, por medio del mismo Monseñor, le dio la Extremaunción.

El Padre Schmidberger, junto a Monseñor, en la Misa de consagraciones episcopales de 1988.

Con una tomografía, los médicos diagnosticaron, el 15 de marzo, un tumor importante; se planteó la necesidad de una operación. Se realizó en la mañana del 18 de marzo y se desarrolló en forma totalmente normal: tres grandes quistes fueron extirpados; los análisis subsiguientes revelaron su naturaleza cancerígena. Unos días más tarde se manifestaron problemas cardíacos. Por esa causa nuestro paciente fue internado en terapia intensiva. El sábado anterior al domingo de Ramos le confirmó al Padre Simoulin que ofrecía sus sufrimientos por la Fraternidad y por la Iglesia. Estas fueron prácticamente sus últimas palabras. En la mañana del domingo de Ramos, la fiebre le subió a 40º. Sólo los antibióticos más fuertes pudieron controlarla. Monseñor permanecía consciente pero perdió, durante el curso de la jornada del domingo, la facultad de expresarse. A la tarde, el Padre Simoulin lo visitó una vez más a las 19 horas. Su estado era muy inquietante. Sobre las 23 avisan a Ecône desde el hospital que Monseñor había sufrido un ataque, probablemente una embolia pulmonar. Toda la comunidad del Seminario se reunió en la capilla; el Padre Simoulin llegó al hospital y rezó junto al lecho de Monseñor las plegarias de los agonizantes. Él estaba en coma. Cerca de la 1:15 del lunes, el teléfono sonó en la casa generalicia. El Padre Laroche nos anunció que Monseñor estaba en sus últimos instantes. Mientras la comunidad de la casa se trasladaba a la capilla, partí inmediatamente a Martigny, adonde llegué a las 3:15. Monseñor fue reanimado artificialmente, mientras las funciones de su cuerpo se morían poco a poco. A las 3:30 los médicos certificaron la muerte. Como un último servicio de amor le cerré los ojos a nuestro Padre bien amado.

¡Qué vida, qué combate, qué sacrificios, qué caridad! ¡Y qué recompensa puede esperar de la bondad del Dios Trino! He luchado el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe (II Tim. 4, 7). Nos corresponde a nosotros continuar su obra con fidelidad y fortaleza, con sabiduría y caridad.

Virgo fidelis, ora pro nobis.