Sermón de la solemnidad del Sagrado Corazón en Bogotá, Colombia, 30 de junio de 2019

Fuente: Distrito de América del Sur

En la Iglesia de los Sagrados Corazones de Jesús y María de Bogotá se celebraron las fiestas patronales el 30 de junio pasado, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Reproducimos el sermón predicado en la ocasión.

La misericordia del Sagrado Corazón manifestada en los santos 

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Amados fieles,

celebramos hoy la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, nuestro santo patrono junto con el Inmaculado Corazón de María. Nuestra capilla es la capilla de los Sagrados Corazones de Jesús y de María.

Esta devoción al Sagrado Corazón fue puesta en el centro de la vida de piedad por nuestro Señor mismo cuando se apareció a Santa Margarita María de Alacoque en el siglo XVIII, aunque dicha devoción siempre ha estado presente en los escritos de los santos anteriores a esta maravillosa aparición.

Es una devoción que mueve primeramente a la ternura, pues el corazón, de hecho, es considerado el centro de los afectos. Y las promesas del Sagrado Corazón de Jesús a sus devotos nos inspiran seguramente mucha confianza en Él a la vez que inspiran penitencia; mueven a la penitencia, a los sacrificios, pues el mismo Cristo pide a Santa Margarita María reparación por las ofensas inferidas a su Sagrado Corazón.

Dejemos la misa de mañana para hablar de ese aspecto reparador, la misa de la Preciosísima Sangre. Vamos a hablar hoy, en este sermón, del primer aspecto de esa devoción al Sagrado Corazón de Jesús que es el amor de nuestro Señor y la confianza a la que nos mueve ese amor. Así, podríamos decir, la confianza que Nuestro Señor inspira y que arrastra a sus devotos.

Oigamos primero dos salmos, el 144 y el 102, los versículos el Señor es benigno y misericordioso, magnánimo y de gran clemencia – parece que el salmista no sabe más qué adjetivos poner para esa misericordia de Dios - su misericordia se derrama sobre todas sus criaturas.1 El otro salmo Él rescata de la muerte tu vida, Él te corona de bondad y de misericordia2  y si quisiéramos seguir con más salmos, muchísimos más, y otros textos de la sagrada escritura que alaban la misericordia de Dios nuestro Señor, no nos alcanzarían todos los sermones para ensalzar al Sagrado Corazón. Con todo, nuestro Señor no sólo dice que es misericordioso, nuestro Señor practica la misericordia, su misericordia obra y quizás una de las manifestaciones más bellas de su misma bondad, de su misma misericordia son las vidas de los santos; esos hombres que aunque débiles y frágiles como todos los hombres, fueron llevados por nuestro Señor hacia vuelos altísimos de la vida espiritual y después, claro, a una inmensa gloria en el cielo. Contemplemos, pues, en ellos, en los santos, las dotes de ese amor del Sagrado Corazón.

Cualidades del amor del Sagrado Corazón

Una de las primeras cualidades del amor del Sagrado Corazón de Jesús que se ve en la vida de los santos es su gratuidad; a veces nos puede venir la tentación de pensar que como somos tan pecadores Dios no nos va a atender y que no podemos ser santos, hemos cometido tantos pecados… Pero miremos, como un primer ejemplo, a San Pablo, el apóstol de las gentes. Era San Pablo, Saulo antes, un  judío fervoroso que había asistido, en cierta forma colaborado, con el martirio de San Esteban y cuando estaba justamente haciendo un viaje a Damasco para perseguir, prender cristianos católicos, nuestro Señor lo derrumba del caballo y le da una formidable gracia de conversión. ¿Hizo él, hizo San Pablo algo para merecer esa gracia de nuestro Señor?  No, justamente lo contrario, Saulo estaba todavía respirando amenazas y muerte contra los discípulos del Señor3  pero aunque no lo mereciera, nuestro Señor Jesucristo lo amó y lo ayudó a llevar la fe hacia los gentiles. Esa es la primera cualidad que podemos señalar del amor del Corazón de Jesús, y que nos inspira amor hacia Él: que es gratuito, no depende de nuestros esfuerzos aunque pide, sí, nuestra fidelidad, nuestra respuesta a sus gracias.

La segunda característica de esta gracia del Sagrado Corazón es su abundancia, no sólo porque nuestro Señor hace muchísimos santos sino también porque elige varias almas del mismo lugar, a veces incluso, de la misma casa. Vemos a San Bernardo de Claraval, por ejemplo, que después de la santa muerte de su madre Aleh y de su misma conversión, arrastró a toda su familia al monasterio, toda su familia, para llevar ahí una vida santa. Siete hermanos, dos incluso que dejaron sus hogares para entrar al monasterio, incluyendo a su mismo padre: todos santos.

También esa gracia, además de gratuita y abundante, no está reservada sólo para grandes o pequeños según el mundo. San Luis por ejemplo, rey de Francia, así como otros varios reyes santos, llevó una vida ejemplar y santa en una corte, mientras por otro lado San Benito José Labre o San Alejo, por ejemplo, fueron ricos en bienes espirituales viviendo en la mendicidad. Lo que pide, sí, el Sagrado Corazón como condición irrevocable para la santidad es el desapego. Eso sí: es más fácil – dice nuestro Señor – que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de Dios4 , rico en el sentido de apegado a los bienes de este mundo.

La gracias del Sagrado Corazón de Jesús no tienen en vista tampoco la situación física de la persona. Nuestro Señor elige a fuertes. Como para dar ejemplos, los soldados romanos Papías y Mauro, dos soldados. Los pequeños en apariencia también son elegidos por nuestro Señor como el Santo Rey David que, de pequeña estatura, recibió fuerza y coraje para derrotar al gigante Goliat. El mismo Sagrado Corazón de Jesús también sostiene la vida de débiles como, por ejemplo, San Juan María Vianney que pasaba sin comer varios días y cuando comía se alimentaba con unas pocas papas. Así también un sacerdote nuestro de la Fraternidad San Pio X, el padre La Prat, que pasó la vida de hecho entre apostolados y hospitales hasta que una de sus varias enfermedades lo llevó a una santa muerte. Y el Sagrado Corazón de Jesús también derrama gracias de perseverancia, como ocurrió con San Alfonso María de Ligorio, que llevó una vida santa por más de 90 años,  perseverante, pero también otorga  a veces gracias muy particulares, muy especiales que llevan a una alma de ser pecadora, de ser pagana a la santidad en instantes. Para dar un ejemplo, el martirologio narra que un abogado llamado Teófilo al ver el martirio, asistiendo al martirio de Santa Dorotea, se convirtió viendo el martirio de ella. Al punto fue encarcelado, atormentado y ganó el cielo en el mismo día. El mismo día de su conversión se fue al cielo San Teófilo. Así también, el muy conocido San Dimas, el buen ladrón, que recibió el cielo de nuestro Señor mismo estando a su lado en la cruz: hoy estarás conmigo en el paraíso.5

Y La bondad de Cristo da gracias tanto para conservar la inocencia, como la Santísima Virgen es el ejemplo más alto que fue preservada de toda culpa, por eso la llamamos Inmaculada, como también para conservar blanca la vestidura bautismal como Santa Teresita del Niño Jesús, y también socorre no sólo a los inocentes sino también a los pecadores como Santa María Egipcíaca, que de hecho llevaba una vida impura, pero después de no poder ingresar en la iglesia del Santo Sepulcro por una fuerza misteriosa, se convirtió, se retiró al desierto y llevó una vida de penitencia por más de 45 años.

  • 1Salmo 144, 8-9
  • 2Salmo 102, 4
  • 3Hechos 9, 1
  • 4Mateo 19, 24
  • 5Lucas 23, 43

R.P. Juliano de Souza

Parece que podríamos decir que el Sagrado Corazón de Jesús reserva sus gracias para algunos lugares: “ah! Sólo en Francia hay santos, sólo en Roma son santos”. No, tenemos santos por todo el mundo. Muchísimos, claro, en Roma, Francia, toda Europa; pero también tenemos los santos mártires en Canadá, Santa Rosa y San martín de Porres en Lima, santos Agustín Zhao y sus compañeros en China, San Roque González en Paraguay, San Pedro Claver en Colombia, San Cipriano en África, Santa Brígida en Suecia: tenemos santos por todo el mundo, ninguna nación puede decir “no podemos ser santos porque no hay ningún santo acá”. ¿Y qué conclusión podemos sacar de esa variedad de santos en la iglesia, fruto, sí, seguramente, de esa bondad, de ese amor del Sagrado Corazón de Jesús? Una de ellas es que yo no puedo excusarme delante de la invitación de nuestro señor: sed santos como vuestro Padre celestial es santo.1 No puedo excusarme, no hay disculpas para no querer ser santos.

"Ah! Padre pero yo no hice nada para merecer ser santo." ¿Es que la santidad depende de nuestros méritos o de que Dios nos haya amado primero, como dice San Juan?2 Recordemos a San Pablo, ¿tenía méritos propios de él? No.

"Pero Padre yo no sólo no hice nada para ser santo sino que cometí muchos pecados". Bien ¿y para qué está la confesión?. Recordemos a San Agustín, a Santa María Magdalena, a Santa María Egipcíaca y otros tantos santos que fueron santos llevando una vida de penitencia.

"Ah! Padre, soy muy joven"... Santa María Goretti. "Soy muy viejo"... San Simeón sufrió el martirio a los 120 años. "Padre, estoy muy enfermo"... También lo estaba San Juan María Vianney. "Ah! Padre yo soy muy ignorante, no conozco nada"... Bueno, San José de Cupertino tenía también sus dificultades para el estudio pero fue un gran santo. "Padre, yo soy muy pobre"... San Benito José Labre. "Tengo miedo de los sacrificios"... Y ¿creen ustedes que los mártires fueron santos porque tenían firme su voluntad propia? No, fue el mismo Cristo quien dio fuerzas a los mártires para que fueran santos y también nos las dará a nosotros si nos disponemos a hacernos santos. "Pero padre - todavía me dirá por fin alguno - no parece que la santidad sea algo para hoy, para estos tiempos de crisis tan grande que vivimos." Pero si nosotros miramos la vida de todos los santos, veremos que el Sagrado Corazón de Jesús dio los santos a los demás justamente como ciertos regalos, o placas o anuncios para los tiempos de crisis, y si no nos convence eso, miremos la vida de un Padre Pío, por ejemplo, del siglo XX, de Monseñor Lefebvre o de tantos que mueren mártires asesinados por la fe en las tierras de Oriente.

Nuestro Señor es el mismo ayer, hoy y siempre, y como tal su corazón sigue santificando las almas y sigue queriendo santos. ¿Y qué debemos hacer? Nuestro Señor nos muestra un Corazón y ¿qué pide el Corazón? Pide amor. Si nos disponemos de verdad, con sinceridad, a amar ese Corazón de Jesús, a amar ese Sagrado Corazón que se dio totalmente a nosotros, no sólo con palabras sino también con obras, la santidad vendrá por añadidura de ese amor.

La caridad - dice San Pablo - es paciente, es benigna, no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha, no es descortés, no es interesada, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera.3

La caridad es lo que nos falta, y es lo principal para hacernos santos. ¿Y cómo empezar a hacernos santos? Aquí no hay escuela. ¿Cómo comienza un niño a amar a sus padres? Amando.

Hagamos nosotros pequeños actos de amor al Sagrado Corazón de Jesús tales como algún sacrificio para reparar las ofensas que le hemos hecho, asistir a una misa cuando no estamos obligados, comulgar los primeros viernes como Él mismo pidió, adornar una linda imagen del Sagrado Corazón en nuestra casa también, y también pedir especialmente todos los días que nos enseñe a amarlo como lo hicieron los santos, pero con una salvedad: sin esperar recompensa en este mundo pues los santos mismos nunca fueron reconocidos en su vidas, pues su tesoro estaba donde estaba su corazón: en el cielo.

Que la Virgen María una nuestro pobre corazón, a veces tan pecador, al corazón de su Divino Hijo que tanto ella amó, para que nosotros también lo amemos.

Ave María Purísima.

  • 1Mateo 5, 48
  • 2I Juan 4, 19
  • 3I Corintios 13, 4-7