Niños muertos. Príncipes sin fuerzas.

Fuente: Distrito de América del Sur

La legalización del aborto y el liberalismo católico.

Continúa a su disposición la nueva revista Jesus Christus en todos los prioratos y capillas del Distrito. Lea la editorial de nuestro Superior sobre el estado actual de nuestros países y de la jerarquía de la Iglesia.

Estimado lector:

El profeta Jeremías lamentaba la destrucción de Jerusalén, cual ciudad desolada. Lloraba la muerte de los niños devorados por sus mismas madres a causa del hambre: los niños mueren, las mujeres cuecen a sus propios hijos pues les sirven de comida  (Lamentaciones, 2, 11 y 4, 10). Nosotros, junto a Jeremías, lamentamos hoy que el Congreso discuta un proyecto de ley de legalización del aborto. En uno de los artículos más crueles, se permitiría a una niña de trece años realizar un aborto sin autorización de sus padres… El aborto sería gratuito –pagado por todos los argentinos– e incorporado al programa médico obligatorio de los hospitales públicos. Los niños mueren, son devorados por sus mismas madres…

El aborto, sin eufemismos

Un eufemismo es una expresión suave y decorosa –que no cae mal– de algo que es duro y malsonante. Hoy se oculta la gravedad del aborto llamándolo “interrupción voluntaria del embarazo”.

Dejemos los eufemismos y hablemos claramente. El aborto voluntario es el asesinato de un niño propiciado por la misma madre. Es el homicidio de un inocente indefenso. Es un crimen contra la naturaleza y su divino Legislador.

El aborto atenta, en primer lugar, contra Dios, Autor y único Dueño de la vida. Es también un gravísimo pecado contra la caridad fraterna porque priva a un hombre de la vida corporal y –peor aún– de la vida eterna pues, según la palabra del Señor, nadie puede entrar en el reino de los cielos si no renace de las aguas del bautismo (Evangelio según San Juan, 3, 5).

El aborto es un pecado tan grave que la Iglesia lo considera un delito de manera que, si es realizado con plena consciencia y voluntad y producida la muerte del niño –effectu secuto–, es castigado con la pena de la excomunión: quien con estas condiciones ha participado y propiciado un aborto queda excluido de la Iglesia católica.

Los príncipes marchan sin fuerzas

Mauricio Macri ha manifestado que está personalmente contra el aborto pero no quiere inmiscuir sus creencias en el debate democrático. Es el típico razonamiento liberal de la separación de la Iglesia y del Estado. Quiere defender la recta postura pero no lo hace por su liberalismo político.

Jeremías se lamentaba de que los principales de la ciudad, aquéllos que debían defenderla, no tenían fuerzas. Los príncipes marchan sin fuerzas (Lamentaciones, 1, 6). Y si los principales del orden político no tienen fuerzas, muchos católicos quisieran encontrar solidez y firmeza en la defensa de la ley de Dios a lo menos en los principales del orden espiritual mas, ¡oh triste realidad!, no encuentran en sus palabras sino argumentos “razonables y humanos”, invitación al diálogo y a la educación sexual integral… Perplejidad. Los príncipes sin fuerzas marchan.

Jeremías explicaba que los príncipes eran débiles porque no habían encontrado comida. ¿Qué reacción católica se puede esperar, entonces, cuando la única comida que parece haber alimentado al pueblo cristiano y a sus príncipes ha sido la del liberalismo religioso?

El “dogma conciliar” de la libertad religiosa ha destronado a Cristo Rey y ha silenciado –negado– su realeza social. Ha confinado la religión a lo privado para que, en el orden público y social, sólo reine el Hombre. De ahí que deliberadamente se evite hablar de Dios y de Cristo, del pecado y condenación eterna. Sólo argumentos basados en el hombre y su dignidad…

Invitación

Pidiendo a Dios clemencia y protección, en nuestros prioratos de Argentina organizaremos en junio –casi concomitantemente con las votaciones de la inicua ley en el Congreso– una novena de rosarios ante el Santísimo expuesto en reparación e imprecación. Los esperamos.

De la oración de los justos depende la salvación de muchos niños.

Animemos también a otros tantos bravos católicos que lamentan las crudas y patéticas consecuencias de la libertad religiosa, a unirse a nuestra oración pidiendo a Dios que conceda cuanto antes a su Iglesia la liberación de la enfermedad de la doctrina conciliar.

Con mi bendición,